08 | En un lugar mejor.

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La chica con la que me encontré ayer —Iss—me guio por los pasillos de la zona de entrenamiento hasta llegar al ascensor. Durante el camino ella permaneció callada, y yo también, aunque notaba sus curiosas miradas de reojo. Supongo que la razón por la que se había comportado tan asombrada cuando me vio ayer era porque sabía quién era yo antes de que yo misma lo supiera. Aunque eso no explicaba cómo me había reconocido.

Si ya estaba lo suficientemente nerviosa por caminar a solas con una Asphar perteneciente a una raza que quería matarme, casi me caí de culo cuando las puertas del ascensor se abrieron en la planta superior y nos recibió un pasillo repleto de muchos más Asphars.

El barullo de las voces detonó en mis oídos mientras decenas de adolescentes caminaban en distintos grupos en un pasillo concurrido, hablando y riéndose, como si fuera un instituto normal. Como si fuera el instituto Reems. Pero no era el instituto Reems y mucho menos un instituto normal. No son humanos. Y encima tienen poderes. Y me odian. Y quieren matarme. Y...

No me había dado cuenta de que me había quedado paralizada en medio del ascensor hasta que Iss, sin previo aviso, enredó su brazo con el mío y me susurró al oído:

—No actúes asustada —dijo—. Pueden oler el miedo.

Volví la cabeza para mirarla, esperando a que se echara a reír, pero para mi absoluta sorpresa no parecía estar bromeando ni lo más mínimo.

No tuve la oportunidad de contestar antes de que ella tirara de mí en dirección al pasillo, mezclándonos entre la multitud. Solo nos dio tiempo a dar el tercer paso fuera del ascensor cuando el ruido del pasillo, las voces y las risas se esfumaron como el humo, como si alguien hubiera pulsado un botón de apagado del planeta tierra.

Solo dispuse de alrededor de un segundo o dos para tragar con fuerza antes de que unos treinta pares de ojos (o cien, pero quién está contando) se clavaran en mi cara como dardos. Luego en mi cuerpo. Y después en mi cara otra vez. Como si no acabaran de procesar la imagen que les estaba llegando al cerebro.

Pero yo también los observé a ellos. Todos vestían la misma ropa. Tanto chicos como chicas llevaban camisetas y pantalones blancos de deporte, y supuse que si había tantos alumnos en los pasillos era porque se estaban dirigiendo a la zona de entrenamiento donde acababa de estar con Thais.

Aunque, de repente, nadie parecía tener ninguna intención de llegar ahí, porque para mi absoluto pánico, todos y cada uno de ellos se detuvo en seco. En medio de un silencio ensordecedor y de conmoción, nadie se movió, a excepción de Iss y yo. Y si no fuera porque Iss me tenía agarrada por un brazo para obligarme a avanzar, yo ya habría echado a correr en la dirección contraria.

Una sensación abrumadora me paralizó los huesos porque, a pesar del aspecto físico, a pesar de la ropa y la apariencia humana, había algo que distinguía vastamente a esta gente de cualquier humano o alumno normal que haya visto antes. Las caras afiladas de poder y superioridad, los cuerpos altos, fuertes y musculados debajo de los uniformes y la palpable energía desdeñosa que emanaba de ellos. Tal vez no fueran tan grandes o fuertes como los Seven, pero sí eran más llamativos y poderosos que un humano promedio. Y ahora mismo todos ellos me miraban con un aire cargado de sorpresa, pasmo, hostilidad y desprecio. Pero sobre todo con una buena dosis de hostilidad. 

Como si estuvieran deseando borrarme del mapa y no supieran por dónde empezar.

—¿Hay algún problema, chicos? —Iss levantó la voz, caminando a mi lado con toda seguridad, con un tono de advertencia—. ¡Seguid andando, vamos!

Me pregunté si de verdad todos esos alumnos iban a hacerle caso hasta que de repente se oyeron algunos gritos y la mayoría de ellos, por no decir casi todos, retomaron su marcha en el pasillo, aunque esta vez medio corriendo, temerosos. Desconcertada por ese cambio de actitud, volví sutilmente la cabeza en dirección a Iss para ver cómo los iris de sus ojos estaban brillando con esa luz blanca. Sus labios se curvaron en una sonrisa divertida. Comprendí que estaba utilizando... sus poderes.

SEVEN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora