Epílogo

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Seis horas después.



El Subsuelo siempre me había parecido un lugar frío y tétrico.

El ambiente era grisáceo, húmedo y silencioso. El aire gélido me recorrió el cuerpo como una descarga, con solo la chaqueta de Cyre como resguardo, pero no tenía frío porque hace más de veinte minutos que había empezado a correr.

Mi respiración se iba volviendo más agitada a medida que aumentaba la velocidad sobre la carretera de piedra, hasta que empezaron a arderme los pulmones. También me ardía la cara. El pesado inhibidor en mi cuello era un recordatorio constante de por qué las recientes heridas en mi rostro —y en otros lugares menos visiblesestaban tardando tanto en curarse, pero el dolor físico había ocupado un segundo plano en comparación con el galope furioso de mi corazón.

Me desvié de la carretera para tomar un camino sin asfaltar e iniciar un pronunciado descenso. Una vez abajo, frené lentamente y contemplé el centenar de rocas enormes medio hundidas en la tierra que se prolongaban en una línea recta horizontal hasta donde mi visión no alcanzaba a ver. Si Axian no hubiera sido absolutamente preciso y explícito en las indicaciones que me había dado hace aproximadamente una hora, habría pensado que se trataba de unas rocas cualquiera.

Pero sabía lo que significaba esa línea de piedras. Lo que empezaba una vez que las atravesara:

El territorio de los Asphars.

Con un suspiro de desasosiego en mis labios, eché a andar de nuevo, esta vez más lento, mientras repasaba una y otra vez en el fondo de mi cabeza el trato que me había traído hasta aquí.


—¿A qué precio? —le había preguntado yo a Axian aquel día hace dos semanas, después de que él me ofreciera la alternativa de ser su Segunda como protección frente a los Nephers—. ¿Qué tengo que hacer a cambio?

Axian había sonreído con aquella forma tan maquinal y vacía antes de responderme.

—Has vivido el tiempo suficiente entre nosotros para darte cuenta de que los Asphars y los Nephers vivimos en una tensión constante. Es una guerra fría ahora y será una guerra real mañana. —Había comenzado él, adoptando aquella postura imperturbable de líder—. Rage tiene mucho poder, y soy consciente de que aunque seamos un rival fuerte, ella tiene más probabilidades de ganar cuando decida atacar. Y como líder, mi deber es proteger a mi gente.

En aquel momento pensé en lo que Nerox me había contado unas horas antes de dirigirnos a la prisión central de los Nephers: que Rage estaba creando un ejército de Alterados para iniciar una guerra contra los Nephers. Para ello movilizaría a los Alterados que ya tenía y, si me conseguía a mí, podría crear muchos más Asphars potenciados, todos los que quisiera. Pero hasta donde yo sabía, Axian no tenía ninguna idea de los planes genocidas de Rage, por eso pregunté cautelosamente:

—¿Cómo sabes que Rage pretende atacar?

—Porque el hecho de que Rage y su ejército estén tan silenciosos no es buena señal —Eryn tomó la palabra en lugar de Axian—. Quiere decir que están preparando algo.

—Esas son meras conjeturas, ¿no crees? —aventuré.

—Nosotros nunca basamos nuestras sospechas en «meras conjeturas» —pronunció Axian con tono vigoroso. «Por supuesto que no», pensé, «son Nephers. Son más listos que eso»—. ¿Has oído hablar de las desapariciones de niños que empezaron hace treinta y cinco años? —Axian no esperó mi respuesta, como si ya diera por hecho que yo ya había oído hablar del asunto—. Nunca se volvió a saber nada más de esos niños ni de las familias que fueron asesinadas. La mayoría eran Asphars pero, en cuanto a niños Nephers, solo desaparecieron diez. Muy, muy pocos en comparación con los Asphars. ¿Algo descompensado, verdad? —Axian enarcó una ceja perfecta en mi dirección.

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