18 | Como los caballitos de mar.

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Un día después




—¡Vamos, Kirsen!

En mi sueño, mamá gritaba desde las gradas de las instalaciones deportivas de Reems. Papá estaba a su lado, animándome con otro grito eufórico.

Yo estaba en la plataforma de salida frente a la piscina. Era la competición regional de natación y las gradas estaban repletas de estudiantes y familiares. Mis ojos estaban clavados al frente. Pero me permitía romper la concentración un momento para sonreírles a mis padres. Ellos me sonreían de vuelta.

Yo devolvía mi atención al agua.

En sus marcas, gritaba el juez de salida.

Cuando se oyó la señal de salida unos segundos después, yo saltaba de la plataforma hundiéndome en el agua, haciendo un largo. Al llegar al otro lado, yo hacía una vuelta de campana propulsándome contra la pared para nadar en la dirección contraria. Al terminar el recorrido, yo sacaba la cabeza del agua.

Cuando yo levantaba la vista, ya no había nadie en las gradas ni en ningún otro lado. El lugar estaba vacío. Excepto por...

Había un chico mirándome desde el borde de la piscina. Tim Hoffman.

—Sucia mestiza —siseó.

Entonces él me hundía la cabeza debajo del agua. Por más que yo luchaba por salir a la superficie, con más fuerza él empujaba hacia abajo. Y yo gritaba debajo del agua. Me ahogaba. Me ahogaba hasta que...

Despertaba.


Me sobresalté sobre la cama. Me incorporé con el corazón aporreándome con fuerza. Me llevé una mano al pecho mientras caía lentamente en la cuenta de que solo había sido una pesadilla. El sudor me cubría el cuello y la espalda.

Sonaron tres golpes en la puerta, sobresaltándome otra vez.

Me levanté con una mano todavía presionada en el corazón. Abrí la puerta. Elías estaba delante de mí, con una sonrisa deslumbrante en los labios. Una mochila negra le colgaba de un hombro.

—¿Siempre estás tan radiante por las mañanas? —Elías deslizó una mirada desde mi cara somnolienta a mi pelo revuelto.

Si lo dijo en plan irónico, no hubo rastro de ello.

—¿Qué pasa? —Mi voz estaba ronca y malhumorada por el sueño.

Los pasillos estaban vacíos y todavía oscuros. Debía ser aún muy temprano por la mañana...

—Hora de entrenar.

Mis ojos se entornaron con confusión. Y con incredulidad.

—¿Es una broma? —Eché un vistazo alrededor para comprobar que no había ninguna cámara oculta—. ¿Nerox te lo ha pedido?

—No. No me lo ha pedido. Considéralo una cortesía de la casa. —La sonrisa radiante de su cara seguía siendo intacta. Cuando vio mi cara de horror, agregó—: Oye, tu capacidad de autodefensa es patética. Tus reflejos son ridículos. Y no sabes ni agarrar un arma. Combinando eso y que eres la tía más buscada del Estado, no tienes mucha esperanza de vida.

Cerré los labios, atónita. Nunca me había sentido tan insultada. Yo siempre había sido deportivamente activa, así que sus palabras me ofendieron un poco.

Pero... tenía razón.

Además, considerando que según mi reloj eran las siete de la mañana y que no tenía ninguna intención de volver a dormir y repetir esa pesadilla, acabé aceptando. Sobre todo porque tenía la extraña sensación de que no era del todo una pesadilla normal. Parte de ella parecía... un recuerdo. Un recuerdo vago. Difuso. 

SEVEN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora