25 | Una complicidad extraña.

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Estaban casi todos reunidos en uno de los pasillos cuando Elías y yo aparecimos caminando uno al lado del otro. Kilian y Aran estaban intercambiando algunas palabras, y Cyre estaba tan silencioso como siempre, con la espalda apoyada en una pared, a la espera, aunque todos parecían tensos. Ishtar se acercó caminando desde el pasillo opuesto con Shad a su lado. Elías y yo nos detuvimos cuando llegamos hasta ellos.

Los ojos de Aran brillaban, así que supe que estaba controlando a su cuervo. Probablemente comprobando los alrededores en busca de eventuales amenazas o intrusos. Que el líder de los Nephers estuviera aquí no era para nada una buena señal.

—¿Y dices que ha venido solo? —preguntó Shad.

—Eso parece —le respondió Aran, las pupilas todavía moviéndose, todavía examinando—. Pero ¿desde cuándo los líderes van a algún lugar sin protección?

Por lo que capté de su conversación, el líder Nepher había venido por su cuenta. El desconcierto se talló en las expresiones de todos. Y la desconfianza. ¿Por qué iba el líder de toda una raza, sin poderes ni soldados ni respaldo, a arriesgarse a venir aquí solo? ¿Especialmente fuera de su territorio?

Mientras los chicos intentaban adivinar que habría traído aquí al líder Nepher, detecté una pesada mirada sobre mí. Cuando volví la cabeza en su dirección, Cyre me estaba observando. Y me pareció que, a pesar de que la herida ya había prácticamente desaparecido de mi cara —y de que me había asegurado de ocultarla bastante bien con mi pelo, por si acaso—, los ojos de Cyre estaban ahí, como si pudiera verla a través de mis mechones. Y no parecía sorprendido.

Entonces... con pasmo, caí en la cuenta.

Cyre sabía que ese chico iba a atacarme. Lo supo antes de que sucediera.

El retrato de mí que había dibujado en su cuaderno... era una plasmación casi idéntica a lo que había visto en el reflejo del espejo.

Lo había sabido desde el principio. Lo había sabido todo desde el principio y, sin embargo, no dijo nunca nada al respecto.

Con las pulsaciones martilleándome en los dedos, me concentré en dos palabras y, tal y como Thais me había estado enseñando aquella tarde, se las transmití telepáticamente a Cyre:

«¿Lo sabías?».

La espalda de Cyre se irguió automáticamente, como si no se esperara que fuera a hacer eso. Pero su reacción solo duró medio segundo, antes de volver a adoptar una expresión imperturbable otra vez.

Tuve que reconocer que Cyre no se anduvo con rodeos antes de contestarme:

«Es difícil no saberlo considerando que eres casi lo único que veo últimamente».

No sé que me aturdió más, que lo afirmara sin más, que acabara de decirme que la mayoría de sus visiones eran sobre mí, o el hecho de no comprender por qué.

Esta vez me costó algunos segundos más volver a formar las palabras antes de transmitírselas:

«¿Y por qué no has intentado evitarlo?».

¿No se suponía que tenían que mantenerme con vida? ¿Por qué Cyre, sabiendo que ese tipo iba a atacarme, no intentó intervenir? ¿Por qué no intentó avisar a los demás? ¿O por qué había permitido que ese chico permaneciera aquí sabiendo lo que ocurriría?

La expresión de Cyre no se movió. Y esos ojos grises, claros y transparentes tampoco.

«No necesitabas ayuda», su voz se deslizó en mi cabeza.

Cuidé que ninguna impresión se dibujara en mi cara para que ninguno de los demás chicos lo notara, pero, en aquel punto de la conversación, mi sangre ya había empezado a hervir otra vez. ¿Pero de qué coño estaba hablando?

SEVEN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora