30 | ¿Gracias a mí o por mi culpa?

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Saige Sullivan, el chico que había sido uno de mis mejores amigos desde que tenía uso de memoria, no se movió. Shad y yo tampoco. Nadie lo hizo en los siguientes cinco segundos de total aturdimiento y confusión.

Porque, por irónico que pueda sonar, Shad y yo no éramos los únicos sorprendidos. Saige pestañeó con incredulidad, como si a él también le sorprendiera verme aquí o...

La pistola tembló entre mis dedos, cayendo al suelo con un ruido metálico. El hombre que mantenía como rehén aprovechó nuestra distracción para escapar cojeando hasta la puerta, despareciendo por ella. Ni Shad ni yo intentamos detenerlo. Ahora eso era el mínimo de nuestras preocupaciones.

El gruñido de Shad fue lo que me trajo de regreso a la realidad:

—Tenía que habérmelo imaginado —espetó él, mirando a Saige con los dientes apretados de la furia.

Pero Saige no me quitó los ojos de encima.

—¿«Tenías que habértelo imaginado»? ¿Imaginar el qué? —murmuré cuando encontré mi voz—. Saige, ¿qué... qué haces aquí?

Saige seguía sin moverse. Solo pestañeaba. Solo respiraba.

—Sí, Saige, dile a tu novia qué coño haces aquí —Shad inclinó la cabeza, todavía más furioso que hace dos segundos.

Algo empezó a estrujarme dolorosamente la garganta. Me dolía el cuerpo entero y sentía que me derrumbaría en el suelo en cualquier momento, y sin embargo la idea de que Saige estuviera aquí, involucrado en algo que aún no era capaz de comprender... era todavía más dolorosa.

La parte racional de mi cerebro me gritaba que eso no era posible, que no tenía ningún sentido que mi amigo tuviera algo que ver con mi secuestro o con unos Abandonados, pero... por la forma en que Saige hundió los hombros, su expresión decayendo hasta convertirse en un gesto de disculpa, supe que esto estaba pasando de verdad.

—Saige es mi mano derecha —dijo una voz diferente, desde el exterior de la celda.

Un hombre apareció caminando apoyándose en un bastón hasta detenerse bajo el umbral de la puerta de la celda, junto a Saige. Depositó una mano sobre el hombro de mi amigo y nos dirigió a Shad y a mí una sonrisa cordial. No era muy mayor, rondaría los cuarenta años en edad humana, aunque en edad Asphar debía de tener unos cuantos años más.

—Esto tiene que ser una puta broma —susurró Shad, tenso.

Le dirigí una mirada a Shad, esperando algún tipo de aclaración. Sin mirarme, Shad espetó:

—Nerox.

Nada, pero absolutamente nada me había preparado para esa respuesta. Por eso la sorpresa me mantuvo paralizada. No sabía cómo sentirme. Perpleja, confundida o enfadada.

Nerox era un hombre de aspecto corriente. Igual de alto que la mayoría de Asphars, moreno, ligera barba recortada cuidadosamente y pelo oscuro que le caía a los lados del cuello. Tenía una complexión fuerte y entrenada, pero no apoyaba del todo la pierna derecha en el suelo. Comprendí que para eso utilizaba aquel bastón.

A pesar del ataque de Rage, estaba vivo.

También era el hombre que me había encontrado en territorio humano y que quería protegerme.

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