41 | Pase lo que pase.

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Último capítulo



La habitación estaba casi a oscuras cuando desperté, pero no me atreví a abrir los ojos.

Había un entumecimiento vibrando en mis adentros y un vacío hueco y silencioso en mi pecho. Me llevé una mano al corazón para comprobar que seguía ahí, que no lo había perdido en ese bosque.

«Fuiste la primera amiga de verdad que tuve alguna vez».

El recuerdo del sonido de aquel cuchillo enterrándose en su piel me traspasó los huesos y me encogió todo el cuerpo. Sellé los párpados con más fuerza.

«Hiciste que me diera cuenta de que aunque los Nephers no me quisieran, yo sí merecía ser querido».

Algo se derrumbó en mis adentros y presioné los dedos contra mi pecho para concentrarme en mis latidos. Era más fácil lidiar con esa palpitación que con el ruido ensordecedor de mi cabeza.

«Así que gracias por eso, Kirsen Edevane. Gracias por ser mi amiga».

Sentía los párpados pesados e hinchados cuando abrí los ojos. Todo estaba borroso, como si lo estuviera observando todo a través de un túnel largo, oscuro y opaco, sin fondo.

La lluvia que impactaba furiosamente contra la ventana me arrastró a la realidad. Un movimiento ligero a mi izquierda. Moví la cabeza hacia un lado. Isaac estaba sentado frente a su piano ojeando lo que parecían ser unas partituras, aunque no parecía estar prestando verdadera atención. Lucía vigilante. Tenso. A su lado, una pequeña lámpara de luz anaranjada y tenue que apenas iluminaba la habitación. Debía de ser más de medianoche.

En silencio, me deslicé de la cama. Isaac levantó cabeza en mi dirección tan pronto como eché a caminar hacia él. Isaac debía de saberlo ya todo, o al menos todo lo que Thais le había contado después de acceder a la mente de Nerox; por qué había sucedido lo que había sucedido. Así que esperé que me hiciera alguna pregunta al respecto, porque es lo que cualquiera en su lugar habría hecho.

Pero no pronunció ni una sola palabra mientras dejaba las partituras a un lado y me tomaba de una mano para atraerme a él y sentarme sobre su regazo, sosteniéndome firmemente entre sus brazos, abrazándome, como si tratara de evitar que me rompiera a pedazos. Una sensación tibia me inundó el pecho porque, de momento, era el único consuelo que necesitaba. No quería palabras. No quería recordar. Solo quería esto.

Me acurruqué en su pecho hasta sentir los latidos de su corazón contra mi oído. Isaac apoyó la mejilla sobre mi cabeza. Sellé los párpados.

―¿Me tocas una pieza? ―susurré al cabo de unos segundos.

Los brazos de Isaac se mantuvieron anclados a mi alrededor, sin moverse, como si la alternativa de arrancarlos de mí para concederme mi petición le resultase dolorosa.

―¿No prefieres volver a la cama?

―No. Por favor.

Tras un momento de vacilación, movió ligeramente la cabeza en lo que supuse que era un asentimiento. Entendía su confusión. Supongo que las últimas palabras que él esperaba oír eran aquellas. Pero el silencio era demasiado desgarrador. Y las palabras ensordecedoras. Necesitaba un punto intermedio entre el silencio y las palabras. Cada vez que Isaac tocaba iba a algún lado lejos de aquí, como si se teletransportara sin usar sus poderes. Y yo quería irme ahí con él. A cualquier lugar menos aquí.

Sus brazos me dejaron lentamente para inclinarse ligeramente y apoyar las manos en las teclas, mientras yo seguía aferrada a él como mi salvavidas. La primera vibración grave de las notas fue como un soplo de aire a mis pulmones. Después le siguió una melodía lenta y dulce.

SEVEN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora