29 | Una pareja en crisis.

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Me dolía mucho la cabeza.

Y tenía frío. Mucho frío.

Me encogí sobre mí misma para entrar en calor, aunque el movimiento solo me regaló otra buena dosis de dolor. Entonces abrí los ojos. Mi visión se topó con una superficie pedregosa, dura y húmeda. Me costó algunos segundos percatarme de que estaba en el suelo. Me ardía la frente. Con confusión, levanté la cabeza.

Cuando intenté llevarme las manos a la cabeza, ninguna de ellas se movió.

Bajé la vista. Mis manos estaban atadas. No, atadas no. Estaban esposadas con una especie de grilletes gruesos de metal oxidado.

Algo me retenía también el cuello. Un inhibidor. Tenía un maldito inhibidor en el cuello. ¿Pero qué...

Levanté la vista. Paredes estrechas, suelo y techo de piedra, oscuridad, una puerta de metal en la pared opuesta con una diminuta ventana con barrotes en el centro superior. Esto no era el edificio. Me incorporé sosteniendo mi peso en mis rodillas, mientras el pánico iba apoderándose de mi cuerpo poco a poco.

Estoy encerrada.

Me han secuestrado.

Otra vez.

Los recuerdos volvieron a mí de uno en uno. Yo saliendo de la habitación de Isaac, yo dirigiéndome a mi habitación, el golpe en mi nuca, esa voz y luego...

Shad. Shad estaba ahí. Me había cruzado con él solo unos segundos antes de que alguien me atacara por la espalda. Y, qué casualidad, ahora estaba encerrada, maniatada y tenía un inhibidor en el cuello. Mis pulsaciones se dispararon rápidamente. Shad me había entregado. ¿A Rage? ¿A Axian?

—Hijo de puta... —susurré.

—Pero si no he dicho nada.

Di un sobresalto, girando rápidamente el cuello hacia donde provenía esa voz.

Estaba sentado en el suelo a unos escasos metros detrás de mí, apoyado contra la pared.

—¿Shad?

La parte lógica de mi cerebro no dejaba de repetirme que Shad era el responsable de que yo estuviera aquí porque me había entregado, pero la visión que llegó a mis ojos no confirmaba para nada esa teoría. Y no la confirmaba porque, para empezar, el aspecto de Shad era horrible.

Tenías las manos amarradas delante de él con los mismos grilletes que me sujetaban a mí las manos. Pero a diferencia de mí, sus pies también estaban encadenados contra la pared de piedra, como si quien quiera que lo había traído aquí hubiera querido mantenerlo completamente inmóvil. Tenía el labio inferior partido, un ojo hinchado e inyectado en sangre, los pómulos casi destrozados y más sangre negra seca por toda la cara. Sus nudillos también estaban cubiertos de sangre, pero era sangre roja, así que no era la suya. Otro inhibidor como el mío le rodeaba el cuello.

Mi frente se arrugó con confusión. Que yo estuviera encerrada aquí ya era algo de lo que preocuparse. Pero que también lo estuviera Shad... ¿qué estaba ocurriendo?

La pregunta era ridícula, pero la hice de todas formas:

—¿Qué haces aquí?

Shad torció los labios en una mueca de desagrado y escupió sangre negra al suelo antes de espetar, en un tono ácido:

—Disfrutar de un bonito día soleado. ¿Eres tonta o qué cojones te pasa?

Estaba enfadado. No, furioso. Más de lo usual en Shad. Respiraba irregularmente como si fuera un motor a punto de arrancar y estaba segura de que si no estuviera encadenado contra esa pared, Shad ya se habría lanzado contra el objetivo más cercano a él (es decir, yo).

SEVEN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora