10 | Las bromas sobre matar ya no son divertidas.

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El planeta dejó de girar por un instante eterno.

La incredulidad me mantuvo anclada al suelo, sin poder moverme.

Porque el hemisferio racional de mi cerebro me repetía una y otra vez que esto solo era un producto de mi imaginación. Que no era posible que Saige se acordara de mí. Que Thais y Nerox habían tenido que aunar sus poderes para borrarme de los recuerdos de Saige.

Pero cualquier necesidad de raciocinio me abandonó al instante cuando fue Saige quien echó a correr hacia mí y me envolvió en sus brazos. Me recordaba. Saige me recordaba y me estaba abrazando. Y no me lo estaba imaginando. Las ganas de echarme a llorar otra vez fueron tan súbitas que solté un jadeo de alivio, sorpresa y confusión. Sobre todo de confusión. Lo abracé de vuelta, hundiendo la cara en su cuello.

—Estás aquí. Joder, estás aquí —Saige me dijo sin soltarme—. ¿Estás bien? ¿Dónde has estado?

No me podía creer que esto estuviera sucediendo. Saige se apartó para llevar las manos a mis mejillas y examinarme con la mirada. A pesar de sus heridas, seguía siendo tan guapo como siempre.

—He preguntado por ti a todas y a cada una de las personas que viven aquí. A tu madre, a Alec, a la policía... —Saige se pasó una mano nerviosa por el pelo rubio ya desordenado—pero..., joder, no te lo vas a creer, pero...

—No me recuerdan —murmuré, acabando la frase por él.

Saige hundió las cejas, pareciendo descolocado por el hecho de que yo respondiera con semejante calma. Hasta yo estaba sorprendida por decirlo con tanta naturalidad.

Saige estaba inusualmente inquieto. Nervioso. Y lo entendía. ¿Cómo se debía de sentir ser el único que se acordaba de una persona mientras que el resto no? ¿Cómo se lidiaba con eso? Pero lo que Saige no sabía era que se suponía que él tampoco debería recordarme. Thais y Nerox les habían borrado la memoria a mis amigos para que no me recordaran y si Alec ya no se acordaba de mí, ¿por qué Saige sí?

—Cuando he ido a denunciar tu desaparición, la policía me ha dicho que no hay nadie llamado Kirsen Edevane viviendo en Vinton. Que nunca ha habido alguien llamado Kirsen Edevane en Vinton. ¿Qué mierda está pasando? —Tragó lentamente y luego bajó la voz, como si no quisiera que lo oyeran—. Y no te lo vas a creer pero creo que... creo que he visto a Clint. Tu padre. Estaba muy vivo, Kirsen. Y te juro por Dios que no estoy fumando hierba otra vez. Lo he visto estando completando sobrio.

—Lo sé, yo también lo he visto —respondí. Y Saige abrió tanto los ojos que, si estuviéramos en otra situación, casi me habría reído.

Probablemente debería haberle dicho que solo se lo había imaginado. O que Clint tenía un hermano gemelo del que nadie sabía porque mentirle era más fácil y más conveniente que contarle la verdad. Toda la verdad. Pero Saige no era idiota, era lo suficientemente listo como para saber que algo iba mal. Por eso estaba tan inquieto. Además, ¿cómo iba a explicarle que ni siquiera mi propia madre se acordaba de mí? No es como si fuera a decirle ahora que en realidad no era mi madre biológica porque mi verdadera madre pertenecía a una raza no humana llamada Nephers y que Aura Edevane no se acordaba de mí porque solo había sido manipulada por mi madre biológica y por mi padre biológico (que, por cierto, no era Clint, sino Karan, un Asphar) para que se hiciera pasar por mi familia tapadera en territorio humano para que los Asphars y los Nephers no me mataran porque yo no debería haber nacido.

Sí, eso podía ahorrármelo.

Además, tampoco tenía tiempo para intentar convencerle de que las razas extrahumanas y los poderes sobrenaturales existían de verdad.

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