12 | Yo tampoco tengo ningún interés en morir.

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No conseguí pegar ojo en toda la noche.

Estaba agotada física y emocionalmente y, pese a ello, no había podido dormir. En algún momento de la madrugada los Seven habían evacuado el edificio porque el pasillo fuera de mi habitación se había llenado de ajetreo, voces y pisadas, y un par de horas después... solo hubo silencio. Supe entonces que el edificio ya estaba vacío, excepto por mí y por esos siete chicos.

Después de eso, alguien había entrado a dejarme el desayuno. Y digo «alguien» porque no me había molestado en moverme de la cama ni de sacar la cabeza de las sábanas que me cubrían el cuerpo entero para ver quién era. Me quedé ahí, encogida en el colchón con las rodillas contra el pecho y los ojos completamente abiertos. Porque cada vez que los cerraba, el peso de los recuerdos caía sobre mí como una gigantesca bola de acero. Cada vez que cerraba los ojos, sentía el cañón metálico del arma presionando contra mi sien. La voz de ese hombre diciéndome que no me moviera. El odio y el miedo en los ojos de esos hombres. La sangre negra de Shad.

Y si los mantenía cerrados el tiempo suficiente, la mirada de desconocimiento de Aura Edevane aparecía en primer plano. La cara de Clint. La cara de esa niña.

El recuerdo de esa niña pequeña abrazando a mi madre me cruzó la mente y los celos me atravesaron el esternón con fuerza. Me sentía celosa de que esa niña tuviera a la familia que yo acababa de perder. Celosa de que pudiera tener a Clint mientras yo me había pasado más de tres años echándolo de menos.

Pero si algo me había estado carcomiendo más que los celos, era la culpa. Porque esa niña no había estado existiendo todos estos años porque Karan y Anur me habían entregado a Clint y Aura para que fueran mi familia falsa. Y porque Clint nunca hubiera muerto si Karan no lo hubiera manipulado mentalmente para que fuera mi padre. Ellos eran la familia real, la que hubieran sido si yo no me hubiera metido de por medio.

Y a pesar de que tenía el corazón encogido no había podido llorar. Habían pasado y estaban pasando tantas cosas a la vez que algo en mis adentros se había agarrotado hasta el punto del entumecimiento y no había sido capaz de soltar ni una sola lágrima. Clint siempre decía que las lágrimas eran la cura para el corazón, pero mi cuerpo ni siquiera era capaz de darme eso. Así que concentré ese caos emocional en la ira. En odiar a Karan. Por haberme arrebatado a Aura y Clint después de dármelos, sin razón aparente. ¿Por qué motivo había matado a Clint aquella noche hace tres años? ¿Por qué había esperado quince años para recuperarme? ¿Por qué había eliminado todos los recuerdos que le había dado a Aura Edevane de mí?

Aunque Thais me había dicho que el albergar tanto poder le había hecho volverse loco, no me parecía una justificación suficiente para lo que había hecho. Me había quitado a la única familia que había conocido. Me lo había quitado todo.

Con las sábanas todavía cubriéndome la cabeza, escuché que alguien tocaba la puerta. Al no recibir respuesta, la puerta se abrió. Sonaron unos pasos dentro. No me moví. Tal vez así se marchaba de nuevo y con suerte no volverían a molestarme nunca más. No quería tener que lidiar con el mundo ahora.

Los pasos se acercaron a la cama y entonces sentí que algo agarraba el extremo de la sábana que me estaba cubriendo, y cuando entendí qué iba a hacer, exclamé:

—¡Espera! ¡No estoy vestida!

Me arrancó las sábanas de un tirón.

—Mentirosa, sí que estás vestida.

Cuando levanté la vista, parpadeando un par de veces para acostumbrarme a la luz, Elías Kane tenía una mueca de decepción en los labios, observando mi camiseta y los pantalones cortos de chándal que había encontrado anoche en el armario.

SEVEN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora