Capítulo 10. Patrick

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Había tenido una mañana de perros, el único momento que tuve de paz fue la ducha, y aún así fue interrumpido de manera inmediata, mi tío me llamó para decirme que a Cayetana le había dado otro ataque de ansiedad.

    Me pregunto ¿cuándo dejará mi hermana de tener estás crisis, de forma tan seguida? Todo esto no me hace más que recordar que soy incapaz de avanzar tras la pérdida de mis padres; ver a mi hermana con estos ataques, me desgarra, no me gusta verla así, es superior a mí. Lo único que me consuela, es que mi tío siempre está ahí, para hacerse cargo de todo. Desde la muerte de nuestros padres, hemos podido contar con él para cualquier cosa, está siendo un segundo padre tanto para mi hermana como para mí.

    Cuando llego a la casa de mis padres, es decir a la casa familiar, y no al piso que comparto con mis amigos, me encuentro con un panorama muy conocido para mí.

—¡No! ¡No! ¡Dejadme en paz! –oigo en el momento que me pongo un pie en el rellano. Las voces del segundo piso se escuchan desde aquí.

—¡Patrick! –sale mi tío a recibirme– Quiere verte, ya sabes... sólo contigo se tranquiliza.

—Si, está bien, no te preocupes –nos damos un abrazo, es lo mejor que tengo a parte de mi hermana.

    Subo con pesadez las escaleras, sé de sobra con que tendré que lidiar. Con Cayetana todo se me hace cuesta arriba, la pérdida de nuestros padres ha marcado un antes y un después, es demasiado niña aún, tan sólo tiene 13 años y los echa mucho en falta. No es que yo no los eche de menos, sino que a su edad temprana hace que todo sea más difícil. Antes de entrar a su habitación, mi tío me dirige una sonrisa desde el rellano de la puerta, sé lo que significa, que me da ánimo, y eso para mi es más que suficiente para hacer lo que cualquier hermano haría, consolar a su hermana.

    Cuando entro en la habitación, su enfermera está con ella. Desde la puerta puedo ver como Cayetana tiene las piernas encogidas y está sentada en el rincón que hay entre su cama y la ventana. Puedo ver como la enfermera trata de calmarla, pero sé demasiado bien lo que le pasa. Ella no escucha a nada ni a nadie, su mirada perdida me recuerda y me refleja que ella está en su mundo, sumida en su dolor. Cayetana no cuenta a nadie lo que le pasa, a nadie salvo a mí, a pesar de todo es reservada.

    Cuando me ve entrar, noto como levanta la vista lentamente, como sonríe al verme, pero la sonrisa no le llega a los ojos. Su enfermera, Cristine, en cuánto me ve entrar se marcha, sabe que es inútil seguir intentando que se tranquilice, y más cuando yo ya estoy aquí, sabe que soy la única medicina, que le funciona a mi hermana. Me acerco al rincón donde está mi hermana, me descalzo y me siento junto a ella. No quiero que se siga cogiendo las piernas, por ello cojo sus manos y las pongo sobre mi regazo. Quiero que me coja a mí, dado que soy lo que necesita en este momento. Cada vez que la veo así me rompo y me pregunto muchas veces cómo saldremos adelante.

    Desde que mi hermana nació, entre nosotros surgió algo más que la simple conexión que existe entre hermanos. En la mayoría de ocasiones, no teníamos que decirnos nada, para saber lo que queríamos o necesitábamos, ambos nos sabemos leer demasiado bien. Esto es lo único que no ha cambiado desde que mis padres no están. Nuestra conexión sigue intacta, aunque ahora soy yo, en muchas ocasiones el único que sabe lo que necesita, ni siquiera mi tío, aunque hace lo imposible por consolarla, lo consigue. Sus crisis, cada vez son más a menudo.

    Le acaricio la mejilla, consigo que estire las piernas, y ambos nos tumbamos en el suelo. Ella se vuelve hacía mí, la rodeo con mis brazos y la aprieto contra mi, puedo notar como sus lágrimas mojan mi camiseta. Puedo sentir como poco a poco su llanto silencioso se calma, la beso en la cabeza en señal de cariño, quiero que sepa que estoy con ella, que estoy aquí para lo que necesite.

AISLING . ENTRE CENIZASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora