CAPÍTULO 30. Se nos va de las manos

462 47 3
                                    

Danielle.

Muerdo mi regaliz mientras mis ojos siguen sobre Sam y suspiro, masticando con lentitud. No sé cuanto tiempo lleva jugando al baloncesto solo, pero que continúe todo lo que quiera porque para mí es un auténtico espectáculo.

Cada vez me parezco más a mi madre.

Yo ya debería estar en casa. He avisado a mamá de que no llegaba a comer y que me retrasaría más de la cuenta, y aunque me ha advertido de que no debo llegar muy tarde porque tenemos que mudarnos a casa de tía Bec, sé que en el  fondo sabe que estoy bien y que quiero pasar más tiempo con el novio más guapo y caliente de todo Nueva York.

Estoy en una nube de algodón de azúcar rosa de la que no quiero bajar, quien me iba a decir eso a mi, pero estar enamorada es la sensación más jodidamente maravillosa que jamás he experimentado en mi vida.

La antigua Dan ya me estaría dando una paliza.

Sam está siendo de lo más atento: me incluye en sus planes, me lleva a millones de sitios a hacer miles de cosas, me mima, me regala todo lo que sabe que me gusta, me echa como tres polvos al día, y todo eso con toda la voluntad del mundo, que es lo importante.

—Cariño —llamo su atención hablando con la boca llena y mi novio me mira, respirando con dificultad —Me encanta verte jugar, pero es que quiero comer algo.

Se me queda mirando algo confuso y ladea su cabeza, sonriendo finalmente y acercándose a mi mientras bota el balón. Siento la máxima necesidad de tenerlo encima, y por eso mismo tengo que buscar la excusa perfecta para dormir con él.

Cuando llega hacia donde estoy y se sienta a mi lado, suspira, y yo muerdo mi labio y alargo mi mano para llevarla a su entrepierna porque tengo las hormonas al baño maría.

Sam se ríe —Danielle ¿que haces?

—¿Tu casa está sola?

Alza sus cejas —No, pero me dijiste que la tuya si.

Hago una mueca porque lo mío urge —Mis padres se van de madrugada.

—Me he quedado a dormir más veces.

Me acerco a su rostro y paso la lengua por sus labios —Yo no quiero dormir, Samuel —susurro.

Mi novio parpadea ante mi calentura y corresponde mi beso sin dudarlo, aunque un poco fuera de lugar. Si, vale, cada vez me parezco más a mi padre, también, pero que le vamos a hacer, tengo que hacerle honores a mis apellidos.

Como ya he dicho, mamá me ha advertido que por mucho que ellos duerman esta noche en casa, tengo que ir a la casa de mis tíos a dormir porque se van muy temprano, pero puedo proponerle otro plan, al fin y al cabo mi hermano está a no sé cuantos kilómetros, con su novia, que es incluso más pequeña que yo.

Gruño agarrando las mejillas de mi chico y él me hace un gesto para que me siente en su regazo, ignorando el hecho de que estamos en mitad de un parque.

Somos una pareja de enamorados.

Podría ser tan sucia ahora mismo...—susurro.

—Dan, no es raro que estes caliente, pero creo que hoy estás rebasando el límite.

Me encojo de hombros, rodeando su cuello —Tenemos confianza, puedo decirte abiertamente que necesito follarte con urgencia, y demostrártelo.

—Danielle...—Sam se ríe, mirando hacia todos lados.

—Elige una cama —digo con la voz ahogada, muy pegada a su boca —Yo te sigo donde sea.

A Sam le basta mirarme a los ojos para caer en la locura, porque en cuanto analiza dos segundos mi frase, ataca mi boca con desesperación mientras lleva una mano a mi trasero y lo aprieta con fuerza, aún encima de él.

¿A donde vamos? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora