LA COLINA-HOGAR

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La entrada de la vivienda era una sala espaciosa con muebles de madera de pino y una chimenea en la esquina que expelía olor a salvia. Las paredes eran de arcilla y el piso estaba hecho de tablillas de la misma madera de los muebles.

—Debes quitarte los zapatos —dijo Zuhé después que la vio entrar.

María José dejó sus zapatos a un lado de la puerta y preguntó.

—¿De dónde salieron todos estos muebles?

—Los hizo mi mamá, papá le trajo la madera y ella los talló hace mucho tiempo.

—¿Y cómo entra luz y oxigeno si no hay ventanas?

—¡Qué extraña pregunta! —Rió el chico—. Las colinas-hogar respiran oxigeno de afuera para mantener vivos a quienes las habitan y absorben la luz del sol para que siempre esté cálido y para que haya iluminación ¿Tú no vives en una igual?

—No, yo vivo en una casa de bloques.

—Guao, como en las historias de mis libros, entonces mi colina-hogar debe ser nueva para ti —sonrió—, te la voy a mostrar.

Zuhé la hizo pasar a una cocina de pino con frutas encima de una mesa con forma de L, había varias despensas, cubiertos y dos sillas de madera desgastadas que parecían a punto de caerse.

Subieron unas escaleras de piedra que estaban al final del recinto y llegaron a la segunda planta, donde había un pasillo de paredes de arcilla talladas en bajorrelieve con figuras, la pared derecha exhibía siluetas de águilas y la izquierda de osos frontinos, ambas tenían un postigo, Zuhé abrió el de la izquierda y le mostró el interior de su habitación.

Era amplia y ornamentada, de las paredes de pino y ladrillo despuntaban flores coloridas, la cama era circular y hecha de algodón, sostenida por una estructura de piedras, parecía tan cómoda que la chica casi se lanza encima, y en una esquina de la habitación había unos peldaños de tierra que ascendían.

—¿Hacia dónde va? —Preguntó María José señalando los peldaños.

—Ven, te muestro —y le tendió la mano.

—¿Luego me llevarás a la habitación de al lado?

—Es la habitación de mi madre, y no puedo mostrártela, lo siento.

La chica no dio señales de que le fuera a tomar la mano y Zuhé no insistió, aunque el joven no sabía por qué deseaba tocarle la piel de los dedos y guardarle las manos entre las suyas. Esa niña era fascinante y lo llenaba de emoción tenerla cerca, al fin dejaría de estar solo, al fin podría compartir su soledad con alguien.

—Ven —le pidió Zuhé y ascendió por los peldaños.


Lagunas y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora