EL CABRUNCO DE LA SEÑORA MIEL

8 0 0
                                    


[Habla la señora Miel]

Siempre me sentí atraída por las historias de brujas. Mi madre y sus compañeras de la limpieza se sabían muchas y yo me pasaba horas y horas bajo sus faldas, escuchando todo lo que podía sobre esas mujeres encorvadas y feas que poseían poderes del más allá. A menudo me encontraba a mí misma lanzando conjuros en el aire, imaginando que me desprendía de mis piernas y salía volando hacia el cielo de negra noche, mientras reía con carcajadas sardónicas y vigilaba los tejados de los mortales. Suena hasta poético, ¿verdad? Yo era una niña con mucha imaginación, y no tenía idea de las consecuencias de la magia oscura.

Sin embargo parecía hermoso, poder desafiar a la monótona realidad y hacerla extraordinaria, poder mover objetos con la mente, vengarse de los niños que te molestaban convirtiéndolos en ranas, tener, poder, poder sobre todo, incluso sobre la vida y la muerte.

Mi mejor amiga, Lu, la hija del patrón, no compartía mis mismas inquietudes y siempre que yo comenzaba con una historia de hechicería, ella me frenaba y me pedía temblando que habláramos de otra cosa o que jugáramos a las muñecas... hasta el día en que llorando, me dijo que su padre había sido diagnosticado de una enfermedad incurable, y que sus músculos y ligamentos de poco en poco, se convertirían en piedra y llegaría el día en que no podría más que respirar.

Entonces le sugerí a la pequeña Lu, ¿por qué no le hacemos una visita a doña Gracia? La señora Armida comentó que la había sanado de un dolor de espalda, seguro que tiene un remedio para tu papá que los médicos no conocen.

Claro que doña Gracia era una bruja. La gente comentaba que había vendido su alma al diablo a cambio de sus dones demoníacos. Decían que podía convertirse en animales, que acechaba a los hombres y que sanaba enfermedades si le daban oro. Lu no estuvo de acuerdo en acudir a ella y hasta se molestó por mi propuesta, pero tres meses después, al ver al patrón cada vez más tieso, tomó la decisión de acompañarme.

La casa de la bruja quedaba un poco antes de entrar a la Colonia, cruzando un camino de tierra que nos adentró en la montaña. La mano de Lu, trepidante y sudorosa, apretó la mía con fuerza todo el trayecto. Llevaba una pulsera de oro que planeaba ofrecer a la bruja como pago por sus servicios y las dos íbamos vestidas de blanco por petición de Lu, pues había escuchado decir a su sacerdote que el blanco era el color de la pureza de Dios y tal vez eso nos alejaría de cualquier encantamiento de la bruja. Yo por mi parte no tenía miedo, más bien estaba emocionada.

Doña Gracia nos recibió justo como siempre había imaginado a las brujas: harapienta, encorvada, con cabello blanco desastroso y mirada sabia e inquisidora. Su casa, polvorienta y derruida estaba llena de libros y macetas con plantas.

—¿Ustedes viven en la mansión con lago artificial? —Nos preguntó después de haberle contado más de lo que debíamos—. Entonces hay una solución para el enfermo.

La bruja buscó entre sus libros y tomó uno de lomo de cuero.

—Este es el libro de Tata-Cuá, fue escrito por un brujo español que recopiló encantamientos e historias relacionados con lagos y lagunas. En la página 369 hay un hechizo para encantar lagos artificiales y darles poderes curativos. Les vendo el libro completo por dos piezas de oro.

Solo teníamos una pieza de oro así que volvimos más tarde con la segunda y nos llevamos el libro a casa. Para nuestra sorpresa, el conjuro en cuestión requería un gran sacrificio. Una vez que el lago estuviera encantado, atraparía a una persona por diez años, eso sí, esta persona, que se llamaría Cabrunco, obtendría grandes poderes y tendría la capacidad de crear en su confinamiento el mundo que siempre había soñado.

Lagunas y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora