UN SACRIFICIO INNECESARIO

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Gregory despertó ovillado entre las ramas de los lirios rojos con el corazón dando tumbos. No le costó trabajo liberarse, tan solo con estirar un poco los brazos los tallos cedieron y vio el cielo nocturno nuevamente. Al fin la pesadilla había terminado y se encontraba frente a la cabaña del hotel. A su lado reposaba otro bulto de flores, lo destrozó con las manos temblorosas y se quedó sin aliento al descubrir el cuerpo sin vida de María José. La chica no respiraba y su piel se encontraba más pálida de lo normal, parecía muerta y se instaló en él un devastador sentimiento de desesperanza. Pensó que eran sus almas las que habían estado en el lago, tal vez ocupando unos cuerpos falsos creados por Diana para jugar con ellos, de ser así, el alma de María continuaba bajo el agua.

Tomó a la chica entre sus brazos con tanta delicadeza como si sujetara un bebé dormido y entró a la cabaña sollozando. Debía contarle a Zuhé lo que había pasado, tal vez él podría salvarla.

La sala estaba sumida en penumbras. Gregory se esforzó por encender la luz con uno de sus hombros y le causó espanto ver que los bombillos despertaban, pero su luz no se esparcía, sino que era tragada por las sombras.

¡Era imposible!

Dos ojos plateados lo observaban fijamente desde algún lugar en la cocina.

Silencio.

La puerta se cerró de golpe tras su espalda y Gregory caminó a tientas por la inhóspita sala, la había recorrido muchas veces y creía poder acertar con la habitación de Camila y así lo hizo. Giró el pomo con cuidado para no dejar caer a María José y entró. Allí, la luz del foco en el techo iluminaba artificialmente cada recoveco y le daba un toque fantasmagórico a la delicada piel de Camila, quien se encontraba acostada en la cama con los ojos abiertos.

Gregory dio un rápido vistazo a los alrededores. La ventana estaba abierta y no había rastros de Zuhé. Luego se aproximó a la chica acostada, depositó a María José a su lado en el colchón y le provocó un gran desconcierto ver a Camila inmóvil. Posó su oreja en el pecho de Camila, pese al silencio que inundaba el cuarto no pudo escuchar su corazón latiendo, tampoco parecía respirar, ella también estaba muerta.

¿Dónde estaba Zuhé? ¿Por qué Camila había muerto? Se preguntó lleno de dolor. Intentó cerrar los ojos de su amiga fallecida... pero los párpados opusieron resistencia y ni siquiera pudo deslizarlos un poco. Gregory se quedó atónito y miró esos ojos magnéticos que se negaban a ser cerrados, la única forma de que tuvieran tal fuerza era que Camila aún estuviese con vida, ¿o no?

Lo sobresaltó el sonido de unos pasos provenientes de la sala, cuando volteó hacia la abertura de la puerta notó a través de la penumbra dos ojos grises que relampagueaban y se aproximaban a la habitación. Gregory dio un salto y trancó la puerta a toda celeridad, escuchaba los pasos cada vez más cerca y pensó salir huyendo por la ventana. No, nunca se perdonaría el dejar solas a sus amigas, si iba a escapar, debía llevárselas a ambas.

—¿Dónde diablos estás, Zuhé?

Apartó de un porrazo los libros apilados sobre la mesa de noche y situó la mesa debajo de la ventana. Un escalofrío bajó por su espalda al escuchar el primer golpe a la puerta y supo que no le quedaba mucho tiempo. Acomodó a las chicas en sus dos hombros y sintió que el peso lo hundía en el suelo. Entre las dos pesaban casi cien kilos, más de lo que estaba acostumbrado a levantar en el gimnasio, sin embargo la adrenalina del momento y el ruido tras la puerta lo impulsaron a seguir adelante. Logró subir la mesita de noche y se detuvo a meditar cómo arrojaría a sus amigas sin que las lastimara el metro y medio de caída.

Se le ocurrió bajarlas amarradas a una sábana, pero los golpes en la puerta le recordaron que no contaba con suficiente tiempo. Tendría que elegir sacar a una primero, decidió que sería Camila y puso a un lado a la inconsciente María José.

Manipulándola con sus dos manos, logró sacar los pies de Camila por la abertura de la ventana y la fue dejando caer con la calma que no se podía permitir a juzgar por la situación, no le fue fácil, su impaciencia le pedía que la dejara caer para poder asir a María José antes de que el niño de ojos grises derribara la puerta, sin embargo tuvo éxito en controlar sus emociones y se sintió aliviado al ver a Camila ilesa sobre la hierba.

Gregory realizó el mismo procedimiento con María José y le sorprendió tener suficiente tiempo para sacarla sin problemas.

Era su turno de descender, puso la rodilla izquierda sobre el alféizar de la ventana y se impulsó hacia adelante. Una niebla gris lo abrazó mientras se encontraba suspendido en el aire y lo devolvió al cuarto de un tirón. Gregory no supo muy bien lo que había pasado, en lo que reaccionó, se encontraba tirado en el suelo y no podía ver nada. La oscuridad había inundado el recinto y la única luz que percibía era la del foco en el techo, tan débil que parecía una luciérnaga aplastada por la noche, incapaz de aclarar nada.

Intentó levantarse, pero la fuerte niebla lo mantuvo inmóvil.

Pudo ver los brillantes ojos grises posados sobre su estómago. Sintió miedo. El devorador de almas posó una mano fría encima de su plexo solar y Gregory padeció un dolor indecible en los huesos, gritó, si no podía luchar solo le quedaba pedir ayuda, aunque no sabía con exactitud a quién imploraba auxilio, estaba solo, sus amigas probablemente muertas, el señor Abendroth de viaje y el hotel estaba lejos para ser escuchado por alguien. Sus fuerzas se desvanecían así como su conciencia, estaba mareado y sin esperanza cuando volvieron las luces al cuarto y un látigo de niebla negra tiró contra la pared al niño.

—¡Corre!

Escuchó que decía Zuhé con voz apresurada. Gregory intentó ponerse sobre sus pies y se dejó ir hacia la ventana abierta como en estado de trance, estaba consciente que debía andar más rápido, sin embargo lo embargaba una sensación de pesadez incontrolable y el camino hacia su meta parecía infinito. A su alrededor se debatían las serpientes neblinosas de los hijos de Krogten. La de Chía era gris y serpenteaba en dirección a Gregory intentando apresarlo. La de Zuhé era negra y chocaba contra la de su hermano produciendo chispazos de sombras. Por breves momentos desaparecía la luz y al reaparecer mostraba a un Zuhé cada vez más debilitado.

Al fin Gregory pudo montarse sobre la mesita de noche, dio un último vistazo a la batalla y lo preocupó ver el estado de Zuhé, botaba sangre de su cabeza y las venas de sus brazos palpitaban, estaba cansado y se dio cuenta que no podría contener por mucho tiempo a su hermano.

—¡Vete! ¡Apúrate! —Insitió Zuhé.

Gregory negó con la cabeza y cerró la ventana, si Chía solo se debilitaba después de comer almas humanas, estaba muy claro lo que debía hacer para darle la ventaja a Zuhé.

—El Cabrunco de nuestro lago nos llevó a María José y a mí a su mundo —dijo Gregory—. Yo regresé, pero creo que el alma de Mari sigue en ese mundo y su cuerpo ya no respira. Debes salvarla.

Regresó al suelo y alzó la mesita de noche, luego hizo un ademán a Zuhé rogando mentalmente que comprendiera su plan improvisado y le lanzó la mesita a Chía. Si las cosas salían como había imaginado, el pequeño demonio, molesto, se le aproximaría para robarle el alma y si Zuhé era tan sensato como esperaba, dejaría que pasara y luego cobraría venganza...

Sin embargo, lo que ocurrió a continuación fue complemente inesperado. La mesita de noche no golpeó Chía, lo atravesó y se estrelló contra la pared como si hubiera franqueado a una aparición.

—Te debiste haber marchado cuando te lo pedí —dijo el niño de ojos plateados con voz molesta.

Gregory no comprendió lo que había ocurrido, pero se sintió amenazado por los hijos del Cabrunco quienes lo miraban con frialdad y quiso abrir la ventana y salir de allí cuanto antes. Ni siquiera logró darse vuelta, la niebla de Zuhé lo envolvió mucho antes y en lo que tomó conciencia del peligro en el que estaba inmerso, ya era demasiado tarde.

Lagunas y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora