EL VACÍO DE MARÍA JOSÉ

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Aquel sueño le había dejado una extraña sensación de vacío en el pecho. El niño de mirada oscura le había parecido familiar y su abrazo le ardía en la piel como arde la última caricia que se tiene con alguien al decir adiós para siempre. Si tan solo pudiera recordar su nombre, volver a soñar con él y cubrirse con sus brazos tal vez se aliviaría esa necesidad de tenerlo.

No ocurrió, por más que recreó una y otra vez en su memoria la difusa y lejana imagen del joven, éste no volvió a presentarse en las fantasías de la noche. Lo pensaba a todo momento, mientras estaba en el colegio, cuando iba a la iglesia, en sus clases de piano, al jugar con sus amigos... y se repitió incansablemente que el chico había sido un sueño, un producto de su inquieta imaginación.

Terminó olvidándolo, el peso de la realidad era mucho más fuerte que el deseo de mantenerlo fresco en la memoria y los años transcurrieron sin piedad, rellenando de sombras todas las dudas, todos los espacios vacíos, todos los recuerdos olvidados. Incluso el encuentro con el alma de su madre se tornó opaco y poco fiable, al punto que, cuando escuchó al pastor de su iglesia decir que las apariciones fantasmales eran siempre demonios y nunca la última voz de un fallecido, le creyó, y decidió sin rodeos que Carolina había sido un sueño, ya que jamás podría imaginar a un demonio tomando la forma de su dulce madre.

En cuanto a su padre Claus no renovó su diplomacia en la embajada y se dedicó a reformar el hotel hasta que estuvo impecable para el público, entonces se mudó con sus hijas a un acogedor chalet en las adyacencias al que llamaban la cabaña. Sus hijas se convirtieron en prioridad, y conocerlas, lo más importante, en especial a María José que era una historia totalmente fresca, y mientras compartían más momentos juntos, más se enamoraba de ella y más se arrepentía de haberla abandonado por tanto tiempo.

María José se había acostumbrado a su padre, a Camila, a Gregory y a su nuevo hogar. Si no estaba jugando o haciendo tareas con sus amigos, deambulaban entre los puestos de frutas de la Colonia, jugaban tiro al arco en el hotel la Ballesta o montaban los caballos del parador turístico Regenwaldone.

Al principio a María José le aterraban los caballos y solía rechazar las invitaciones de sus amigos, pues el último alazán que había montado la llevó en un viaje del que no recordaba nada, pero se cansó de escuchar las aventuras que Camila y Gregory tenían sin ella y terminó perdiendo el temor y cabalgando para no sentirse excluida.

Lagunas y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora