María José soñó que estaba en el fondo de un agua turbia y espesa, frente a una colina de hierba luminosa con una puertecilla circular en el centro. A su lado, Gambeia le pedía que entrara, pero María José sentía miedo, su corazón latía acelerado y presentía que algo malo iba a ocurrir si empujaba esa puerta.
Pese a sus emociones se dejó llevar por la curiosidad y abrió. Allí estaba él, un niño de mirada profunda y cabello negro, ahora sabía quién era, lo reconocía como si el día anterior hubiesen leído cuentos acomodados en su cama, como si el día anterior hubiesen jugado en el huerto bajo la chimenea y disfrutado de las verduras frescas que producía esa tierra exquisita, como si nunca los hubiera separado la maldad y aún pudieran amarse con la inocencia que los había unido.
Despertó.
La primera cara que reconoció fue la de Gregory, estaba acostada en sus piernas, seguía en el mismo lugar cerca de La Laguna Negra y recibía aire de sus compañeros de universidad. Al verla despierta soltaron gritos de júbilo y aplaudieron. Ella se levantó consternada, se tocó la herida del tórax y comprobó que se había cerrado y que ya no le dolía. Camila la abrazó, no supo dónde había estado y tampoco le dio importancia, Zuhé se había instalado en su cabeza y su único deseo era volverlo a ver.
Franqueó a sus amigos sin prestar atención a sus comentarios y subió el sendero perseguida por Gregory y Camila.
—¿A dónde vas? —Preguntó Gregory.
—Tengo que resolver un asunto importante —contestó sin detenerse.
—¿Qué asunto, Mari? —Camila se puso a su lado—. ¿Recuerdas lo que acaba de pasar, verdad?
—No tengo tiempo de explicarles, debo actuar pronto.
Llegaron al parque y doblaron hacia el establo, un anciano alto tocado con un sombrero de paja custodiaba los caballos. María José se le acercó, le mostró una gran cantidad de dinero y le pidió rentar un caballo por todo un día.
—Esto es mucho dinero, jeñorita —dijo el hombre, entonaba la primera sílaba de cada palabra con mucha fuerza.
—¡Porque quiere rentar dos caballos! —añadió Camila presentándose y luego le susurró a María José al oído— ni pienses ir sola, yo voy contigo a donde sea que vayas.
—Yo jinetearé —intervino Gregory—, después de lo que hiciste por nosotros, ¿pensabas que te íbamos a dejar sola?
—Pueden llevarse esos doj caballos —el encargado señaló uno de color café y otro gris—, no se tarden mucho. Loj parajes andinos ejtán encantados y hay que ejtar loco para cruzarlos de noche.
María José asintió y montó el caballo gris, mientas Gregory ocupaba las riendas del café y Camila se sentaba detrás de él y le sujetaba la cintura.
—Estás seca —le comentó Gregory a Camila—. ¿Por qué?
—Yo qué sé. Tú también lo estás —contestó la chica.
—Yo estoy seco porque no me sumergí, pero todos estaban empapados, Camila. Tiritaban del frío.
—Claro que no —replicó ella—. Estoy segura que vi a más gente seca. A Gabriel, a Gigi, y creo que los hermanos Castillo.
—Bueno, no me debería sorprender, ha sido un día bien raro.
María José se situó a la cabeza y recordó que cuando niña había bebido de la fuente, por lo que se dispuso a seguir el camino que le dictaba su intuición.
En el trayecto, María José contó a sus amigos lo que le aconteció al perderse en el parque hacía diez años atrás, lo narró aferrada a las riendas y el cuerpo estremecido en un sinfín de emociones. Recordaba mucho más de lo que sus ojos habían visto y sus oídos escuchado, como si rodara en su mente la proyección de Zuhé luchando por ella una y otra vez, protegiéndola, entregándolo todo para salvarla.
—Le debo mi vida a Zuhé —dijo María José—, hizo por mí más de lo que nadie hubiera sido capaz de hacer.
—Han pasado diez años, María José —dijo Gregory—, este chamo no creo que se parezca a quien conociste... Piénsalo... Una persona que ya no puede amar y vive sola, no sé, parece la descripción de un psicópata. ¿No crees que deberíamos pensar un poquito más si es buena idea ir de visita? No creo que te extrañe después de tanto tiempo.
—Deja lo bocón. María José no se va a devolver, lo sabes... y por otro lado, podría ocurrir que se enamore de ella otra vez. No todo tiene que ser tan gris como tú piensas, pesimista antiromántico.
Llegaron a la fuente de piedra, donde dejaron a los caballos y se dirigieron hacia la colina-hogar. María José empujó la puerta y rechinaron las bisagras al abrirse. En el interior todo se veía como lo recordaba. La luz era suficiente para notar las paredes de tierra, las columnas de madera y los muebles, donde estaba sentada una mujer de extremidades largas y tez pálida. María José la reconoció de inmediato, era Soledad Valero. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal.
Soledad se alzó sorprendida e hizo pasar a María José en un baño de besos y sonrisas.
—¡Oh, has vuelto! Bendita seas muchacha, viniste el día correcto —dijo Soledad estrujándole los cachetes— y has traído amigos. ¡Vengan, siéntense todos! Sí, muy bien, no teman y pónganse cómodos. He estado esperando a María José desde hace mucho, muchísimo tiempo, lo que Krogten hizo a mi hijo jamás se lo podré perdonar.
>>Tal vez no recuerdes algunas cosas y necesites que te refresque la memoria. Ah, ¿ya lo sabes? Bueno, después del sacrificio Zuhé ya no es el mismo. Les aseguro que desde ese momento me negué rotundamente a seguir en el juego del Cabrunco y me dediqué a cuidar a mi hijo día y noche, pero el pobre no se ha podido recuperar... Solo tú puedes salvarlo jovencita.
—¿Dónde está? —preguntó María José.
—Arriba, en su habitación.
María José interrumpió a Soledad y atravesó la sala a paso veloz seguida por sus compañeros, subió los peldaños y se detuvo frente a la habitación de Zuhé. Por un momento se arrepintió de entrar, si de algo podía estar segura, era que tras el umbral de la puerta se hallaba un Zuhé diez años mayor al que recordaba y que muy posiblemente su sacrificio lo había transformado en alguien distinto. No, tenía que verlo, no podía ser tan cobarde. Tomó una bocanada de aire y giró el picaporte.
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Lagunas y Demonios
FantasíaEn los alrededores del parque Sierra Nevada alguien desaparece cada diez años. Los habitantes de la región atribuyen dicho fenómeno a los Cabruncos, encantos de las lagunas capaces de atraerte a ellos y hacerte perder la razón para siempre. Algo así...