PESADILLA

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María José creyó despertar de madrugada al sentir que alguien la llamaba por su nombre. Frente a ella flotaba una hermosa luz blanca del tamaño de una pelota de golf, era una luz suave cuyo resplandor embelesó de inmediato a la niña. Ella no recordaba haber visto jamás un destello tan hermoso y cautivador y quiso poseerlo, atraparlo entre sus manos y guardarlo en un lugar donde siempre pudiera contemplar su fulgor embriagante. Alzó su mano y la luz salió disparada del cuarto, atravesando la puerta cual ser etéreo. La niña no pensó dos veces en ir a su encuentro, solo que al abrir la puerta, vio horrorizada que tras ella no estaba el pasillo de las habitaciones.

No lo podía creer, de un momento a otro, María José se había transportado a un frío páramo que para su desgracia conocía muy bien. Estaba allí, frente al arco de piedras del parque Sierra Nevada que daba la bienvenida a la laguna Mucubají. En el cielo, un gran aro de luz de cobre refulgía, era un eclipse solar y el mundo se había convertido en una proyección dorada de un beso entre el sol y la luna. Había una soledad tenebrosa y la chica quiso marcharse corriendo, pero al ver la luz blanca a lo lejos, cercana al muro que rodeaba la laguna de los demonios, no pudo evitar querer dirigirse hacia ella.

Sus pies se deslizaban sobre la vegetación como si no los dominara y su corazón latía desbocado de miedo y excitación. Quería atrapar esa luz y también estaba asustada, su madre le había advertido que no regresara a Mérida y sin embargo allí estaba, justo en el lugar que había sido su desgracia, intentando poseer la hermosa luz que parecía llamarla con un poder seductor.

Cuando se hubo aproximado lo suficiente a la luz como para cogerla, la luminosidad dio saltos en el aire y dibujando arcos refulgentes, se sumergió en la laguna Mucubají. María José se acercó a la orilla y observó extrañada las aguas, ellas no eran afectadas por las tonalidades del eclipse, ni siquiera reflejaban el gran aro dorado que dominaba las alturas, permanecían tan lóbregas y profundas como siempre, sosegadas en una oscuridad perpetua. María José se sintió tentada a sumergirse, todo su ser se lo pedía a gritos. Dio un paso, luego otro y sus pies quedaron inmersos en el agua turbia.

—¿Dónde estás, Marías José? Dime dónde —escuchó que le dijo una áspera voz de hombre.

—En nombre del pacto que hicimos, te ordeno que dejes en paz a mi amiga... ¡No tienes derecho a perseguirla! Ni mucho menos a hacerle daño —dijo la firme voz de un niño tras su espalda.

María José se dio vuelta y el escenario cambió con brusquedad, ahora la chica se encontraba en medio de un páramo mucho más pintoresco, rodeada por frailejones con flores amarillas y abundante hierba verde y cobre. A su derecha había una fuente de piedra con un ángel esculpido en su centro y frente a ella, estaba un chico de piel pálida y cabello negro que la miraba como atolondrado, ella le sonrió, contenta de verlo. Él la abrazó y le preguntó si estaba bien. Ella le respondió que sí, de alguna manera recordaba todo lo que había vivido junto a él y le preguntó por qué lo había olvidado.

—Pensé que algo horrible me había pasado mientras estuve perdida, pero estaba contigo, y fui muy feliz.

—Cuando despiertes, tal vez me olvides otra vez.

—No quiero volverte a olvidar, Zuhé y si esto es un sueño por favor dime que hay una manera de no despertar nunca.

—No la hay, lo siento mucho —agachó la mirada.

—Entonces te diré dónde estoy para que me busques.

—¡No! No puedes decírmelo, María José. Sé que no entiendes nada y me imagino que debe ser muy difícil todo esto, pero por favor confía en mí. Es mucho, mucho mejor que no sepas lo que está pasando. Tienes que olvidarme y nunca regresar al parque Sierra Nevada. Crecerás, serás feliz y tal vez tengas una bonita familia como la de los libros... yo, estaré bien sabiendo que tú estás bien. Por favor no llores. Dame un abrazo ¿sí? Uno que así se borre de tu memoria, me ayude a mí a enfrentar una existencia sin ti.

Lagunas y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora