No eran las afueras del hotel. Aunque el lúgubre edificio se alzara ante ellos y el lago verdusco se extendiera a sus espaldas, estaban seguros de que habían sido arrastrados a otro lugar, a un espacio de soledad eterna, de penoso silencio. Era difícil respirar ese aire denso que apretaba sus cuerpos de goma y tenían la impresión de que se estaban enfrentando a una situación preparada para enloquecerlos.
María José se examinó con sus ojos de vidrio y le sorprendió ver que estaba vestida con un traje blanco y pomposo de tafetán, el cabello de nylon lo tenía recogido en un gigantesco moño rojo y de su cuello colgaba una llave de oro antigua de dos dientes. Llevó la vista hacia Gregory, él traía puesta una camisa de rayas rojas, bragas y shorts azules y el cabello engominado hacia atrás, como el de un muñequito de torta. Ambos parecían juguetes y a pesar de sentirse confundidos por el cambio de ropa, les parecieron naturales sus cuerpos plásticos. Estaban en un trance de sueño y solo recordaban la realidad parcialmente.
—¡Por Dios, Gregory! ¿Qué está pasando?
Esas fueron las últimas palabras que pronunció María José antes de que regurgitara su voz convertida en un pequeño pájaro marrón. El ave, que tenía el tamaño de un abejorro y no contaba con pico para piar, se alejó volando de su vista perpleja hacia el manto oscuro de la noche.
—Vamos, Mari. Tenemos que encontrar a Diana y salir de aquí pronto.
María José fue asida de la muñeca por Gregory, intentaba comunicarse sin lograr emitir ni un sonido y no salía del sobresalto. Él en cambio se mostraba seguro y determinado a enfrentar cualquier obstáculo sin detenerse. Condujo a su temblorosa amiga al vestíbulo, convencido de que Diana estaba en alguna parte del hotel y se quedó sin aliento al percibir en los muebles a tres mujeres muy parecidas, vestidas con un traje rojo, todas tenían extremidades largas, pieles tersas y peinados cortos al estilo militar. Eran como clones de la hermana de Diana a quien Gregory conocía porque solía ir al hotel mientras su hermana estaba cuerda. Pero ninguna de esas tres mujeres era la original. Ninguna de ellas podía ser humana.
En el lugar en donde debían tener las orejas había solo piel tersa, una de ellas no tenía cuello y su ovalada cabeza se equilibraba sobre las clavículas. La tercera tenía abismos oscuros en las cuencas de los ojos y en la boca sin labios. Al notar a los recién llegados se levantaron de sus asientos con una simetría escalofriante.
—¡Estoy aquí mis lindos juguetes! ¡Apresúrense! —La voz de Diana provenía del pasillo que daba a las habitaciones, detrás de las mujeres incompletas. Debían franquearlas así no quisieran.
Los jóvenes caminaron con lentitud, aquéllas criaturas les daban escalofríos, pero estaban tan quietas que no parecía que fuesen a mover un dedo. Tal vez podrían llegar al pasillo sin ninguna demora ni impedimento, solo tenían que seguir adelante y sublevar ese sentimiento de amenaza que inundaba cada espacio.
Estaban a solo dos metros de las pétreas mujeres, unos cuantos pasos más y al fin las dejarían atrás. Pero entonces reaccionaron. Los tres monstruos corrieron hacia ellos y la sorpresa los dejó inmóviles por unos segundos.
A una de ellas le rodó la cabeza por las clavículas y cayó al suelo, se detuvo y empezó a tantear sus alrededores para encontrarla y devolverla a su lugar. La que no tenía visión daba traspiés y era incapaz de acertar con el camino correcto para alcanzar a los chicos. Entretanto, la más sana saltó como una gacela encima de María José, la tumbó y le mordió la oreja derecha. Gregory la apartó de una patada y notó consternado que la mujer le había arrancado la oreja a su amiga y se la estaba ajustando en el espacio de la cabeza donde a ella le faltaba la suya.
La mujer sin ojos tropezó con la cabeza de su gemela. Rápidamente la alzó, le quitó los ojos y se los incrustó en sus cuencas vacías, entonces pudo ver con claridad a María José y Gregory. Corrió hacia el muchacho e intentó agarrarle los labios con sus garras, pero él la sujetó de las muñecas, deteniéndola.
En eso se acercó la que le faltaba un oído. María José intentó evadirla, pero aquella criatura era más rápida y de un mordisco le arrancó la última oreja.
Gregory tiró a un lado a la que lo estaba sometiendo y fue en ayuda de María José, pero esta vez no le hizo falta quitarle de encima al monstruo, pues este se había apartado triunfante con las dos orejas y ya no los seguiría molestando.
María José se levantó y esperó tocar con sus manos agujeros con sangre en donde se encontraban sus orejas, pero en cambio encontró piel tersa y ni una pequeña herida. Tampoco sentía el daño que debió haberle dejado su reciente mutilación, no obstante, había perdido la audición y cuando Gregory la sujetó de la mano y se la llevó corriendo y gritando que se debían dar prisa, no pudo comprender sus palabras.
Corrieron perseguidos por el monstruo sin labios, que de seguro pretendía arrebatarles alguna parte del cuerpo, para alivio de ambos, lograron alcanzar el pasillo de las habitaciones y cerrar la puerta cancel que los separaba del vestíbulo.
—Debe estar en algún cuarto —pensó Gregory en voz alta.
María José estaba aterrada, si hubiese podido hablar, le habría suplicado a su amigo que no abriera ninguna puerta. Eran tres pisos de habitaciones y dudaba encontrar algo bueno en alguna de ellas. Cualquier horror los podría estar esperando para obstaculizarles la búsqueda, cualquier esperpento, cualquier creación depravada de Diana.
¿Podrían salir ilesos de ese mundo? Se tocó el lugar en donde ya no estaban sus orejas y quiso llorar, tal vez no las recuperaría nunca, tal vez no regresaría de nuevo a su hogar.
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Lagunas y Demonios
FantasyEn los alrededores del parque Sierra Nevada alguien desaparece cada diez años. Los habitantes de la región atribuyen dicho fenómeno a los Cabruncos, encantos de las lagunas capaces de atraerte a ellos y hacerte perder la razón para siempre. Algo así...