En lo que Gregory cerró la puerta de la habitación número uno, desapareció sin dejar rastro. María José ventiló con sus manos el espacio en el que su amigo había estado en un arranque nervioso por asegurarse que en definitiva se había esfumado. Le tomó algunos minutos aceptarlo y cuando cayó en cuenta que se había quedado sola sintió una horrible oleada de ansiedad. ¿A dónde se había ido su amigo? Y ¿qué haría ella sola en ese espantoso mundo?
Se giró asustada para comprobar que no hubiera nada ni nadie acechándola y le sorprendió notar que todas las puertas del pasillo, a excepción de la primera, estaban abiertas de par en par. Los adentros estaban ocultos por densas tinieblas y María José no pudo ver nada, desconocía que de todas las habitaciones emergían gritos y risas infantiles entremezcladas en una algarabía de sonidos diabólicos.
Caminó con rumbo hacia las escaleras, y a medida que rebasaba alguno de los espacios vacíos de las habitaciones oscuras, emergían criaturas horrorosas que en algo se asemejaban a Gregory y Camila de pequeños.
María José se quedó sin aliento, ni las figuras de las mujeres en el vestíbulo le habían causado tanto terror, allí estaban sus mejores amigos, tal y como los recordaba a su llegada en el hotel, pero con semblantes demoníacos, algunos sin ojos, otros sin algún miembro, caminando a trompicones o arrastrándose, sus amigos, con quienes había compartido aventuras y confidencias, convertidos en monstruos.
La chica sintió arcadas en el estómago y corrió empujada por el miedo. Los clones de sus amigos la persiguieron en una horda frenética, encimándose unos con otros, apartándose a la fuerza.
María José esperaba llegar a su antigua habitación en el tercer piso y saltar el balcón hacia el lago y así escapar de esa cárcel de pasillos y puertas repletas de adefesios, pero al enfrentar el segundo pasillo había desembocado en la habitación uno, donde las criaturas semejantes a su padre desmembraban y se repartían las partes del cuerpo de Gregory.
María José se desmoronó, no pudo con más, las pavorosas imágenes le partieron el alma en dos y se sintió sola y desprotegida, débil, incapaz de seguir adelante. Se ovilló en un rincón oscuro sin deseos de seguir huyendo, a la espera de que los esperpentos la notaran y correr el mismo destino que Gregory, orando a su Dios, resignada, observando a los monstruos aproximándosele con sus cuerpos deformes.
Se tapó los ojos con las manos y al fin se quedó sin ningún sentido, sumida en las tinieblas, sin poder gritar todas las súplicas que se le ocurrían y sin poder escuchar nada a su alrededor. Sentía su corazón latiendo desbocado, el trepidar de su quijada y el sudor de las manos, pero no podía percibir los movimientos de aquellos seres que le causaban temor.
Entonces ocurrió algo impensable, escuchó una voz de niña que parecía provenir de su cabeza. Abrió los ojos y vio frente a ella a una chica gruesa como de catorce años, cabello corto dorado y vestía uniforme de limpieza.
"¡Hey, tú, levántate!"
"¿Me... puedes escuchar?" Preguntó mentalmente. La niña asintió.
"¿Quién eres? ¿Por qué siento que te conozco?"
"Tal vez me conozcas en la tierra, me llamo Miel y trabajo en la mansión".
"¿Señora Miel? No, no es posible. No hay forma de que Diana la haya podido conocer tan joven y la haya recreado, eso no tiene sentido".
"Calma, ya te explico. Primero quiero que me digas si sabes qué es lo que te cuelga del cuello"
María José apretó la llave con su mano y negó sacudiendo la cabeza.
"Esa llave, la vi en el libro de Tata-Cuá hace mucho, mucho tiempo, el mismo libro que me condenó a penar en este hotel por la eternidad. Chica, yo soy la culpable de toda la maldición que ronda la laguna y tú eres la única que puede liberarme y liberarnos a todos".
ESTÁS LEYENDO
Lagunas y Demonios
FantasyEn los alrededores del parque Sierra Nevada alguien desaparece cada diez años. Los habitantes de la región atribuyen dicho fenómeno a los Cabruncos, encantos de las lagunas capaces de atraerte a ellos y hacerte perder la razón para siempre. Algo así...