EL PEQUEÑO CHÍA Y SU MUNDO DE TINIEBLAS

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Las espesas tinieblas de la laguna Mucubají eran todo lo que habían visto sus ojos de luna gris en sus cuatro años de vida, su mundo no era más que sombras sin fin y había aprendido a diferenciarlas, a distinguir dónde empezaba una y terminaba la otra, cuál era más opaca, cuál era más ancha. Algunas eran vacías y si las pisaba, caía en abismos profundos hasta que otra sombra más sólida lo detenía.

Las voces de sus padres a veces lo sorprendían, de bebé tenía que llorar incansablemente hasta que sentía el pezón de su madre cerca de los labios, ese era el único contacto con el calor humano hasta que se dormía. Cuando Soledad dejó de amamantarlo, su padre lo alimentó con un líquido amargo que gritaba al pasar por su garganta. Él no conocía otro alimento y acabó por añorarlo, a pesar de que el líquido suplicaba socorro por días mientras su estómago lo procesaba y al principio le daba temor, pues percibía la tristeza de aquello que había engullido y lloraba incansablemente aquejado por una culpa instintiva. La culpa no duró mucho, en poco tiempo terminó asociando el sufrimiento de ese líquido con la saciedad del hambre. La tristeza y los gritos se volvieron dos elementos positivos en su alimentación, para entonces recibía el sustento sin quejas ni pesadumbre, acostumbrado a que su padre apareciera cada vez que tenía hambre para saciar su apetito. Luego volvía a quedarse solo y se pasaba el tiempo explorando el inmenso plano espiritual de la laguna Mucubaji.

Fue en lo que tenía tres años que vio por primera vez un ser vivo, era una criatura pequeña que destellaba luz de su pelo plateado, los ojos grises de Chía se posaron sorprendidos sobre él y brillaron al reflejar ese espécimen de contextura liviana y afiladas garras; tenía una mirada triste, orejas puntiagudas que daban respingos y agallas a los costados que se abrían y cerraban al ritmo de su respiración, era fascinante. Chía se acercó a ella y la acarició, absorto en esa aparición de suave pelaje, la criatura aceptó sus caricias con ternura y ambos establecieron un vínculo inmediato.

Chía pensó que la podía acariciar por siempre, si tan solo su padre no se hubiera presentado y se la hubiera arrebatado de las manos.

—Esta cosa es inferior a ti, no la acaricies —dijo Krogten que tenía asida a la criatura en las manos. La luminosidad del pelaje dejaba ver su viejo rostro—. A los inferiores, se les trata como lo que son, sirvientes. Úsalos si los necesitas, deshazte de ellos si no te son útiles —el Cabrunco apretó el cuello de la criatura, ella se agitó violentamente y rasguñó las manos de su verdugo sin lograr zafársele, hasta que dejó de respirar y Krogten la arrojó a los pies del niño.

Chía no supo lo que sentía, vio absorto el cuerpecito sin vida que estaba frente a él y lo acunó entre sus brazos, su pelaje plomizo se estaba opacando y creyó que si le daba palmadas se iluminaría de nuevo, como no ocurría, le dio golpes con más ahínco contra una sombra de la densidad de una pared, molesto, acabó apretándolo por el cuello sin piedad, de la misma forma que había visto hacer a Krogten, el Cabrunco de Mucubají, su padre.

—¿Por qué le dijiste eso? —Chía escuchó la voz aguda de su madre, quiso verle el rostro, pero la luz del espécimen ya se había esfumado y solo quedaban tinieblas.

—No podrías entenderlo, eres mujer y eres débil, a veces muestras afecto y te cuesta cumplir mis mandatos, pero Chía no, él no conocerá ningún tipo de respeto por la vida, sabrá que nadie merece su cariño ni compasión y podrá ser mis ojos y mis manos en un mundo al que yo no puedo acceder.

—Lo que tú digas está bien para mí, mi amor, aunque no me gusta que hables como si nunca fueras a salir de esta prisión. Querido mío, no seas pesimista, tal vez el Ches acepte la ofrenda de este año. Dime quién es, envíame a buscarla, no importa quién sea la traeré para ti.

—He visto a una chica —respondió Krogten—. Su cabello y sus facciones me hacen creer que es extranjera, eso le gustará al Ches, y sus ojos, nunca había visto tanta inocencia en nadie, es como si hubiera permanecido en una caja de cristal y no conociera la maldad del mundo.

—¿Dónde está esa niña? Muéstrame, iré a donde sea, mi amor, haré cualquier cosa por ti.

—No tienes que ir muy lejos, Soledad, la ofrenda se hospeda en tu colina.


Lagunas y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora