MARÍA JOSÉ EN PELIGRO

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María José soltó las piernas de su amigo y se desplomó. Él hizo una rápida maniobra e intentó asirla de un brazo, pero solo logró afianzar el suéter de la chica por la parte del hombro con la mano izquierda, la anilla que sostenía con esa mano había quedado libre y el aerovuelo giró pavorosamente hacia el oeste, con tal rapidez y brusquedad que la nave parecía una bolsa de plástico arrastrada por una ventisca.

—¡María José, despierta! —Exclamó Zuhé resistiendo el peso de su amiga—, vamos Mari, tienes que despertar.

La chica oscilaba en un siniestro vaivén. De un momento a otro, la gracia de las alturas se tornó en su contra mostrándose como el enemigo que pedía la vida del ser que más valoraba. Ella pesaba casi tanto como él y con una sola mano no podría sostenerla por mucho tiempo, por otro lado había perdido el control de la nave y tiraba nerviosamente de la anilla derecha para no caerse.

Zuhé alzó la vista y vio aterrado que el aerovuelo se aproximaba rápidamente a un pico rocoso, el viento lo empujaba a una velocidad que no le dejaba tiempo de elegir entre la chica o su vida, tenía que coger la anilla izquierda y soltar a María José o ambos se matarían al chocar, no había otra opción, no podía atraerla de nuevo al asiento con una sola mano y si soltaba la otra anilla se caería él también. Desde su posición, dejarla caer y recuperar el mando hubiera sido lo más sensato, pero Zuhé sabía que no se perdonaría actuar de esa forma egoísta, prefería perecer a su lado que verla caer a una muerte segura.

Cerró los ojos y contó, dedujo que en veinte segundo las rocas del pico aplastarían sus frágiles huesos, no era tiempo suficiente ni para sentir miedo, de hecho, le sorprendió no sentir nada, la idea de que estaba a punto de morir le provocó paz y se sintió preparado, más liviano y apacible que nunca.

Un graznido ensordecedor lo hizo abrir los ojos deprisa, alzó la mirada y observó una nube de repugnantes zamuros color carbón sosteniendo el ala con sus horrendas y mortíferas patas. Las aves se habían apoderado del rumbo de la nave y para sorpresa de Zuhé, lo estaban conduciendo hacia su colina-hogar.

Los zamuros hicieron descender el aerovuelo. El mundo en miniatura que tenían debajo aumentaba sus proporciones a medida que se aproximaban al suelo. Zuhé vislumbró aliviado la colina-hogar que se encontraba cada vez más cerca y la fuente de piedras que fue testigo de su lento aterrizaje, sin embargo, no se sintió del todo seguro hasta que alcanzaron completamente el suelo y pudo sostener a la chica entre sus adoloridos brazos.

Los zamuros hicieron una barrera detrás de ellos y desaparecieron con la misma rapidez con la que habían aparecido. Zuhé sintió que debía agradecerles, aunque no lograba entender por qué lo habían ayudado. Tal vez su madre había sido la responsable, tenía que verla para preguntarle lo que había ocurrido y porque tal vez ella podría sanar a María José con las plantas medicinales del huerto.

Zuhé se dirigió a la colina con celeridad, abrió la puerta de una patada y entró a la sala gritando el nombre de su madre, tras su espalda, la puerta se trancó de golpe y un extraño ser apareció en la cocina.

Era un animal del tamaño de una liebre, pelaje gris y enormes ojos negros, sus patas tenían la flexibilidad de un gato, pero con la capacidad de erguirse y a su vez, caminar como cualquier cuadrúpedo. Las orejas largas y bigotes de plata lo hacían semejante a un zorro del desierto, pero desprovisto de nariz, en su lugar mostraba agallas a los costados del cuello cada vez que aspiraba. Era una criatura tan hermosa como peligrosa, Zuhé sabía que era otro de los esclavos de Krogten, sin embargo este era mucho peor que los zamuros, a este esclavo, al que llamaba grolium, el Cabrunco lo enviaba cada vez que quería secuestrar a alguien, si se encontraba en su colina debía querérselo llevar a él o, ¡a María José! Tenía que escapar, y rápido. Se echó a la chica en el hombro y con la mano izquierda intentó abrir la puerta de salida, pero estaba trancada.

El grolium se le fue acercando y abrió su boca con una amplitud que triplicaba el ancho de su cuerpo, mostrando sus innumerables colmillos que parecían poder destrozar a un caballo. Saltó hacia Zuhé con sus patas elásticas y el chico le dio la espalda como un impulso para proteger la vida de su amiga.

Una niebla oscura y densa retuvo al grolium en el aire, era conjurada por Soledad, quien se incorporó en la sala recitando versos en lenguas desconocidas para mantener a la criatura flotando.

Zuhé se sintió aliviado y pasó a un lado del grolium y su madre, cuando ascendió los peldaños, Soledad lo estaba persiguiendo.

—¿Mataste al grolium? —Preguntó Zuhé a su madre al llegar al pasillo.

—No lo puedo matar con la magia de Mucubají —respondió ella y le hizo un ademán a su hijo para que siguiera corriendo—. Krogten no me lo permitiría, solo lo detuve un momento.

—¿Por qué vino, madre?

—Por ella —señaló a María José con la mirada.

—Entonces debemos sacarla de aquí rápido.

Zuhé entró a su recamara perseguido por su madre.

—Mamá, por favor ve adelante y ayúdame.

Soledad subió las escaleras de la habitación de Zuhé hasta tropezar con la puerta de madera, giró el picaporte y la empujó, pero estaba asegurada.

—Lo siento hijo, estamos atrapados. El grolium ejerce un poder sobre la colina mucho más fuerte que el mío y le debe haber ordenado cerrar sus salidas.

—Si no hay escapatoria —dijo Zuhé—, tendré que confrontar al grolium. Toma a María José y ayúdala en lo que puedas, permanece a su lado mientras regreso.

—¡No hijo! —exclamó mientras lo veía partir— ¡Oh, no! Cuídate, por favor....

Lagunas y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora