El restaurant del hotel se llenó de música y algarabías, un grupo musical de hombres y mujeres rubias tocaron sus acordeones, panderetas y trompetas mientras los hospedados bebían la cerveza típica de la colonia y bailaban torpemente al son de esa melodía extranjera. Zuhé odió la cerveza porque le pareció amarga y detestó el baile ridículo de la gente. Camila pensó que estaba aburrido y se le acercó.
—Deberías sacarla a bailar —le susurró en el oído mirando a María José quien aplaudía al son de la música y sonreía a un lado del niño.
—¿Bailar? Pero no sé hacerlo —respondió él consternado.
—Conozco a mi amiga, verte intentándolo la derretirá. Hazlo.
Zuhé dirigió la vista a María José y tomando aire le preguntó si quería bailar con él. Ella aceptó y tomó sus cálidas manos hacia la sala de baile.
—¿No sabes bailar, verdad? —Preguntó ella riendo dulcemente.
Él negó con la cabeza y ella le explicó que la debía sujetar con la mano derecha de la cintura y con la izquierda, de la otra mano extendida, y después zapatear o caminar saltando. Zuhé lo hizo muy mal y pisó en tres oportunidades a María José que no paraba de sonreír.
—Déjame mostrarte algo en lo que sí soy bueno.
Zuhé la sacó del restaurante. El basto cielo negro cuajado de estrellas los envolvió y caminaron hacia la orilla del lago. Había luciérnagas revoloteando los alrededores y bajo su luz intermitente, las aguas cobraban un aspecto de ensueño.
Zuhé soltó a María José y entró al agua, pero no se sumergió, sus pies lo sostuvieron sobre el agua como si fuera sólida.
—¡Dios mío! —exclamó María José—. Puedes caminar sobre el agua como Jesucristo.
—¿Quién es Jesucristo? —Le preguntó.
—Es Dios mismo hecho hombre —respondió alegre, esa era su oportunidad de enseñar Zuhé las verdades de su credo—. Él bajó a la tierra y murió en una cruz para que todos fuéramos perdonados.
—¿De qué los perdonó? —Su curiosidad entusiasmó a la chica.
—Del pecado original. El primer hombre y la primera mujer comieron de un fruto que estaba prohibido en el paraíso y nos condenaron a todos los humanos a vivir alejados de Dios.
—No logro entender muy bien, ¿por qué los culpa de un pecado que cometieron sus antepasados? ¡Qué rencoroso!
—Dios no es rencoroso —respondió serena—. Por eso murió en una cruz, se sacrificó por ese y por todos nuestros pecados, porque nos ama.
—Pero si él mismo era quien los culpaba, ¿no habría sido más fácil solo perdonarlos? —A este punto sus preguntas y su curiosidad ya no le hacían tanta gracia.
—Porque sin sacrificio no hay perdón —dijo molesta—. No está bien que cuestiones la forma como Dios hace las cosas, Zuhé. Somos simples humanos y Él es mucho más grande que nuestras dudas.
—Está bien, está bien, te creo —sonrió para tranquilizarla, a pesar de que seguía sin entender a ese Dios—. ¿Qué tal si vienes acá conmigo y caminas en el agua como ese Dios que me cuentas?
—¿En serio es posible? No, no, mejor no. Si alguien nos ve caminando en el agua se hará un alboroto. Mejor salte, por favor.
Zuhé cerró los ojos e invocó el frío del páramo. Espesas nubes blancas de niebla se formaron detrás de María José como paredes blancas ocultándolos. La joven se sintió maravillada y entendiendo que su amigo los había apartado de la mirada de curiosos, se atrevió a posar sus pies sobre las aguas. Sintió cosquillas en el estómago al notar que no se sumergía, era como pisar un colchón de espuma, se hundía un poco con su peso y estaba segura que si lo intentaba, podría rebotar como en un trampolín.
Zuhé se le aproximó y, sonriendo con aires de travesura, le tocó el hombro con un dedo.
—¡Tocada! —exclamó y se echó a correr.
María José rió recordando el tocaito que jugaban de niños y fue tras Zuhé. Le era difícil mantener el equilibrio en el agua elástica y se cayó y rebotó en un par de oportunidades, hasta que decidió usar el rebote como ventaja y retozó junto al chico sin lograr atraparlo, pues él era más diestro saltando y la evadía con facilidad. A María José no le molestaba perder en el juego, de hecho las mejillas le ardían de felicidad, estaba rebotando en el lago, bajo el infinito cielo estrellado, rodeada de luciérnagas que iluminaban la oscuridad como los pequeños copos de luz que una vez iluminaron aquél huerto bajo la chimenea y estaba con su amigo de la infancia, se sentía niña otra vez y ya no había ninguna duda en su corazón, aquél chico era Zuhé, el Zuhé que jugaba con ella y le leía cuentos, el Zuhé dispuesto a todo por salvarla, su héroe.
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Lagunas y Demonios
FantasíaEn los alrededores del parque Sierra Nevada alguien desaparece cada diez años. Los habitantes de la región atribuyen dicho fenómeno a los Cabruncos, encantos de las lagunas capaces de atraerte a ellos y hacerte perder la razón para siempre. Algo así...