APARECIÓ PARA DISTRAERLOS

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—¿Quién anda ahí? —Preguntó asomando los ojos a la vasta vegetación.

Una mujer gloriosa emergió de entre los árboles. Gregory contuvo el aliento al ver aquella ninfa de anchas caderas y poderosos pechos caminar hacia él. Tenía el cuerpo desnudo y embadurnado con crema de leche y almendras y estaba ataviada con largas cadenas de plata y perlas, pulseras de oro puro y anillos con incrustaciones de diamante. Su rostro era duro como el acero, de altos pómulos y una mirada soberbia.

—¿Diana? —Suspiró. La mujer estaba idéntica a como la recordaba, no había envejecido ni un día. Era la ex esposa desaparecida de Claus—. No es posible, tú...

—Me besó un Cabrunco —confesó sin titubeos—. Y perdí la cabeza por él... Me obsesioné al punto que decidí morir ahogada en esas aguas verdes. Pero el muy desgraciado sólo quería suplantar su lugar conmigo y cuando me lancé al lago me atrapó en su mundo espiritual y desapareció, ahora es tiempo de que alguien ocupe mi lugar —se mordió el labio inferior sensualmente—. Gregory, mírame a los ojos y dime que soy hermosa.

De pronto se encontró perdido en su mirada, mientras más cerca estaba de él, más deliciosa e irresistible le parecía. Deseaba besar esos labios turgentes y sentir la textura de su piel nacarada, acariciar los confines de sus más húmedos secretos y acabar para siempre con ese frío atroz que se le colaba entre la chaqueta.

—Eres hermosa —musitó como si las palabras salieran por sí solas por su garganta.

—Ya eres un hombre.

Diana rozó las mejillas de Gregory con sus cálidos nudillos y él sintió un estremecimiento que lo irguió. Intentó atrapar esos senos redondos entre sus manos, pero de un momento a otro la mujer se había alejado un metro.

—Ven conmigo y seré tuya —sus palabras le aceleraron el corazón—. Acompáñame al lago, y seremos por siempre tú y yo.

—No.

Respondió tajante despertando de su embriaguez.

—No iré a ningún lado. Camila me necesita.

Diana recorrió con sus dedos su piel eróticamente, desde el cuello hasta los muslos. Su rostro ardía con deleite y por poco Gregory vuelve a caer en su hipnosis venérea. Pero nada lo movería de su lugar.

Al ver que no lograría su objetivo, Diana refunfuñó y maldijo a los cuatro vientos. Unos lirios rojos que estaban cerca de Gregory empezaron a alargarse y a enrollarse en sus pies como serpientes inmovilizando a su presa. El chico gritó pidiendo ayuda y en el momento en que los tallos habían alcanzado su cintura, María José estaba allí.

La chica miró horrorizada a su amigo que estaba cada vez más envuelto en tallos de flor y después vio a la mujer desnuda a lo lejos que hablaba en una lengua imposible de entender, como si conjurara el hechizo de los lirios.

—¡Zuhé! —gritó y se dispuso a abrir la puerta para buscar al hijo del Cabrunco, pero un lirio la asió de las manos y la tiró en el suelo.

Pese a sus llamados de auxilio, ambos fueron rodeados por los tallos hasta quedar ovillados en sacos de flor. Diana miró complacida los bultos verdes con pétalos rojos, los alzó con sus manos sin esfuerzo y los arrastró con ella hacia su plano espiritual bajo el lago.

—Tengo tantos años sola, en este mundo que me da el poder de hacer lo que me place, pero que me hace sentir cada vez más desdichada —suspiró—. Estoy aburrida.

—Déjanos salir —pedían a gritos.

—Ya va, todo a su tiempo —rió—. En el momento en el que salgan de sus capullos comenzará nuestro juego. Deberán buscarme, y el primero que logre tocarme, así sea con un solo dedo, podrá salir de mi lago y volver a su mundo real.

—Por favor no —arguyó Gregory—. Si no nos dejas libres podrían matar a Camila, ¿la recuerdas? ¿Tu hija? Tienes que detenerte.

—¿Por qué crees que me importa esa marimacha? No la soportaba, tan linda que era y tan zarrapastrosa, que se muera, me da igual. Yo quiero jugar con ustedes.

—¿Si te alcanzamos nos dejarás en paz? —Preguntó María José—. ¿Cómo sabemos que no mientes?

—Verás, soy tan esclava de mis palabras como lo soy de este lago. Puedo decir algo tan ridículo como que tu voz se convertirá en un pájaro marrón con el tamaño de un abejorro y puedes estar segura de que ocurrirá. Si te digo que el primero que me toque volverá a su mundo es porque lo hará —hizo una pausa y soltó una risa juguetona—. Sin embargo, el que no gane mi juego, ocupará mi lugar de esclavitud en este lago. 

Lagunas y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora