PESADILLA

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Camila dejó caer el agua tibia sobre su cabeza y cerró los ojos mientras le bañaba el cuerpo, estaba exhausta, mucho, y no se percataba de que las gotas de agua se volvían gises al hacer contacto con su piel y se perdían en el desagüe. Tomó una bocanada de aire por la boca e intentó relajarse destensando los músculos y la atacó un adormecimiento casi incontrolable. Pensó que había sido una mala idea tomar esa ducha estando así de agotada y salió del baño secándose con la toalla, aún demasiado distraída como para darse cuenta del charco plomizo que había dejado en la cerámica del suelo. Apagó la luz y se derrumbó en su cama, sintió un gran alivio al sentir las sábanas y las almohadas, al fin dormiría, lo necesitaba con urgencia.

Se arropó hasta el cuello con su cobija y estornudó, la asustó sentir que una gran fuerza salía de sus pulmones, estaba segura que no había sido solo aire y tuvo la extraña sensación de que había expelido una parte de ella, si no hubiera estado tan cansada tal vez habría encendido la luz y se habría encontrado con una densa niebla gris inundando todo el recinto.

En la habitación de al lado, María José soñaba que tenía enfrente una puerta hecha de trozos de carne y lirios intrincados, detrás de ella, la voz de Gambeia le pedía que entrara. María José la abrió sin dudar e ingresó en un cuarto sombrío, Gambeía estaba allí, con el rostro lozano y libre de quemaduras, vestida con su chal de plumas y el símbolo de un águila pintada en el entrecejo con achiote. En sus manos extendidas reposaba una llave antigua de dos dientes y detrás de ella había un corazón inmenso en una jaula, el corazón latía y bombeaba sangre a unas cadenas sobre las que estaba colgado. María José se sintió aterrada y quiso salir corriendo, pero Gambeia insistió en que se quedara.

—Es tu misión —le dijo Gambeia haciéndole gestos para que tomara la llave.

María José asió la llave y se quedó mirando el corazón que latía sin cesar.

—Es el don que te ha otorgado el Ches de Mucubají —siguió diciendo Gambeia—. No temas.

SECRETOS

Despertó agitado al sentir el contacto de la luz del sol sobre sus párpados y se cubrió hasta la coronilla con la sábana. Recapituló los hechos del día anterior: Maria José lo había conducido a la habitación número quince de un lugar llamado hotel, le había pedido que descansara y le aseguró que lo buscaría al amanecer.

Necesitó unos segundos para acostumbrarse a la idea de que al salir de ese refugio de sombras se encontraría inevitablemente con los matices coloridos de ese extraño mundo al que aún no se adaptaba, sin embargo, invadido por la curiosidad, hizo a un lado las sábanas de un solo golpe.

Allí estaban las blancas paredes sin vida, su cama artesonada, una caja cúbica de la mitad de su tamaño en un rincón que se abría como si tuviera una puerta y que estaba helada por dentro, una mesita de madera a su regazo con un aparato encima que le causó escalofríos, nunca había visto algo semejante, era ovalado, con botones de números y tenía encima una especie de palanca que si se la llevaba al oído, emitía un sonido repetitivo y exasperante "tic, tic, tic, tic". Devolvió la palanca a su lugar y abrió una gaveta de la mesita de noche, sujetó un objeto rectangular que también tenía botones numerados y se lo llevo al oído, ese artificio era mucho más silencioso que el otro, pero si apretaba sus botones, despertaban unos seres detrás de una pantalla enorme.

—¿Eres una fuente? —Preguntó, mas los seres hablaban entre sí y no se percataban de su presencia.

Lo exaltó la puerta al abrirse, por ella entraron María José, Gregory y Camila, cada uno llevaba una bolsa plástica en las manos. Zuhé sonrió al verlos, ellos debían tener la respuesta a esa gran incógnita

—¿Cómo hace esta fuente para mostrar imágenes si no tiene agua? —Les preguntó preocupado señalando el televisor.

Los chicos estallaron en risas y Maria José le explicó que no era una fuente sino una pantalla que proyectaba imágenes en movimiento. El chico no comprendió del todo, pero se sintió fascinado ante esas personas atrapadas tras el cristal y no quiso arruinar la magia develando el misterio.

—¿Estás preparado para verte como una persona normal? —Preguntó Camila a Zuhé.

—¿Y cómo es una persona normal? —Respondió él con otra pregunta.

Camila mostró sus habilidades como estilista y sacando de su bolsa un peine y una tijera se propuso a cortarle el cabello enmarañado. Luego, Gregory lo ayudó a bañarse porque no conocía la regadera. Zuhé se desvistió pero no quiso despojarse del anillo de plata.

—Es una protección contra los espíritus de las lagunas —dijo el joven pálido como justificación.

Gregory no insistió y cuando estuvo seco, le obsequió algunas prendas de ropa que conservaba de su adolescencia para que Zuhé se vistiera como una persona común y corriente.

—Ya no pareces un náufrago, por lo menos —Camila sonrió y se sintió orgullosa de su trabajo.

—Tiene mi ropa, claro que se ve bien —dijo Gregory con los humos inflados.

—Se le ve mejor de lo que se te veía a ti, eso es seguro —intervino Camila con seriedad—. Aunque tu ropa se le vería mejor hasta al borracho de la esquina.

—¿Qué te pasa mujer? Un rompecorazones como yo ni siquiera debería usar ropa —Gregory se quitó la franela y se la lanzó a Camila—. Mucho mejor.

—¡Enfermo! —Dijo Camila al sentir la prenda en la cara, la apartó tan rápido como pudo y la extendió hacia su amigo. María José y Zuhé reían—. Nadie quiere ver tu panza, gordinflón, tápate antes de que me dé una hemorragia visual.

Gregory rió y se puso de nuevo la franela.

—Hablando de panza, ¿no tienen hambre? —Sugirió Gregory.

—¡Muchísima! —Respondió Zuhé enérgicamente haciendo reír a los chicos. Él también sonrió contagiado por la alegría del ambiente, aunque no comprendió qué les hacía tanta gracia.

Los chicos comieron en el restaurant el plato favorito de Camila, champiñones con nueces tostadas envueltos en hojas de acelga y un suave pan de ocumo con mermelada de fresa cultivada en la Colonia. Zuhé disfrutó la comida, pero nada le impresionó tanto como la dicha que irradiaban sus nuevos amigos, había una gran armonía entre ellos y mientras conversaban y reían, Zuhé se preguntaba si algún día podría ser parte de ese cariño fraternal que se demostraban esas tres personas. No, era imposible, él no merecía ningún afecto. Agachó la mirada y recordó lo que había en su interior, si los chicos llegasen a descubrirlo... Sintió un escalofrío y se le entumecieron los dedos de las manos. Nadie se podía enterar, por lo menos no todavía.

—Zuhé, ¿estás bien? —Le preguntó María José preocupada al ver su actitud distante.

—No seas tímido —le dijo Camila—. Te voy a decir un secreto —le sonrió—. Me agradas y creo que podemos ser muy buenos amigos.

Zuhé asintió con la cabeza y forzó una sonrisa, habría preferido negar con un ademán pero pensó que si continuaba con actitud negativa los chicos empezarían a hacerle preguntas que él no podía responder.

—Denle tiempo —comentó Gregory—. Tal vez el aire contaminado de la capital lo ayude a romper el hielo.

Lagunas y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora