UNA NUEVA VIDA PARA MARÍA JOSÉ

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María José no tenía recuerdos desde el día de su cumpleaños hasta que apareció misteriosamente en la orilla de Mucubají. Si intentaba recordar, le daban fuertes jaquecas seguidas de arañazos que la podían dejar inconsciente. En ningún estudio se encontraron irregularidades en su cerebro y los médicos le diagnosticaron amnesia post traumática y le recomendaron reposo y terapia psicológica. Imaginaban que la niña había atravesado dificultades intolerables y que su mente había ocultado las memorias que no podía soportar.

María José era una celebridad en el hospital, todos comentaban el extraño caso de la niña que reapareció sin memoria después de haber pasado un mes en las entrañas del gélido páramo. En poco tiempo el chisme se hubo esparcido por toda la ciudad, y más tarde, el país. Pero la chica era ajena a todo esto, escuchó que unas enfermeras se referían a ella como la chica encantada un par de veces y creyó que le habían querido decir encantadora, no sospechaba que por los pasillos circulaba la historia de que un Encanto la había retenido en la laguna todo ese tiempo y que había logrado escapar gracias a los rezos de sus padres. Otros más fantasiosos aseveraban que el Encanto se había transformado en María José y que la niña era en realidad el ser de la laguna que había emergido al mundo para sembrar su mal.

Algunas enfermeras temblaban al visitarla, otras simplemente se negaban a atender su medicación y le pasaban el trabajo a otra más valiente. María José estaba harta de la actitud nerviosa de todo el que se le acercaba y no veía la hora de volver a su hogar, al lado de sus cálidos padres, el lugar en el que recibía amor y estaba segura de todo peligro.

Lamentablemente, las cosas habían cambiado.

Un demacrado y enjuto Maximiliano que en nada se parecía al padrastro jovial que recordaba, le dio un prolongado abrazo y le confesó entre lágrimas que su madre había caído dormida en un sueño que podría durarle toda la vida. Desde su nacimiento Carolina había tenido un aneurisma oculto en el cerebro, nunca le incomodó, nunca suscitó síntomas notables, fueron la pérdida de su hija y el sufrimiento los responsables de accionar esa bomba de tiempo y al cabo de dos semanas de llanto, el vaso sanguíneo reventó y le produjo la inmovilidad que padecía.

Perdió al bebé y los médicos le habían asegurado a Max que era posible que su esposa recuperara algunas habilidades como el habla o el movimiento, aunque no volvería a ser la misma.

Como si la noticia de que su madre estaba en estado vegetal no fuera suficiente, su padre biológico había reaparecido después de doce años de ausencia y, dada la situación, pedía la custodia de la niña. María José no sabía dónde acomodar tanta tristeza y miedo, ¿no volvería a casa con Max? Su padrastro le aseguró que había llegado a un acuerdo con Claus, el verdadero padre, y que si ella no se adaptaba a su nueva vida podría regresar sin impedimentos a los brazos de Max.

María José quiso ver a su madre antes de marcharse, Carolina estaba hermosa, inmersa en un mundo desconocido al que solo ella tenía acceso, tranquila en su lecho como una flor en reposo. María José se acostó a su lado y lloró en su hombro hasta que la paz que inundaba el cuarto la venció, entonces durmió acurrucada en su pecho, con la esperanza de que aquello fuera una pesadilla y al despertar todo volviera a ser como antes.

Pero no estaba soñando y cuando despertó tuvo que armarse de valor y despedirse de su madre, despedirse de Max, despedirse del hogar que la había visto crecer todos esos años. Su nuevo padre la estaba esperando afuera de la casa y una vez que cruzara el umbral de la puerta, sería él el responsable de cuidarla.

Lagunas y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora