EXCURSIÓN SOLITARIA A LA LAGUNA NEGRA

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La atmósfera había cambiado desde el mismo momento en que cruzó la esquina de la casita de baños. María José no había querido aceptar que el aire se había vuelto más denso y la luz del sol más opaca, aquello solo podía ser obra del demonio y ella tenía claro que satanás no se filtraría en su mundo a menos que Dios se lo permitiera. No, tenía que ser su imaginación.

Atravesó la puerta y su silueta difusa se recortó en el espejo del baño, sonreía en el cristal, pero ella no estaba sonriendo, ni asomaba en su rostro esa expresión malévola de placer. Casi suelta un grito, pero apartó los ojos del cristal y se dirigió al cubículo del inodoro. Al abrir la puertecilla, vio a una especie de zorro plomizo con ojos gatunos encima del retrete. El animal tenía entre sus dientes un anillo de plata con forma de águila y al ver a la chica le saltó encima. Ella se echó a un lado para esquivarlo pero no pudo evitar que una de sus uñas le rasguñara un brazo. No sintió el débil roce, ni la gota de sangre que se le escurrió por la piel, estaba absorta en aquélla criatura que se afanaba por deslizar su dedo ensangrentado por la abertura del anillo, una vez lo hubo logrado, salió desperdigado del baño. La chica creyó haber visto que su pelaje cambiaba a rojo antes de que saliera, pero lo atribuyó a su imaginación.

María José tuvo que respirar profundamente antes de sentarse a hacer sus necesidades y terminó pronto con la esperanza de salir de allí lo antes posible y encontrarse con su grupo. Pero en las afueras no había nadie, sus compañeros no solo se habían marchado sin ella, sino que los turistas y los trabajadores del parque también se habían esfumado, en su lugar había quedado ese relente irrespirable y la sensación de haber entrado en una realidad distinta.

María José apartó ese pensamiento y dedujo que se habrían cansado de esperarla y se estaban dirigiendo a La Laguna Negra, si se daba prisa tal vez podría alcanzarlos.

La chica corrió hacia unos letreros direccionales de madera, uno de ellos señalaba un camino a la izquierda y tenía inscrito Laguna Negra. María José siguió el anuncio tan a prisa como se lo permitían sus pies. A su alrededor el paisaje pareció cobrar vida por su soledad, el relieve del suelo se notaba ondulado por la hierba de hoja corta y coloreado por frailejones ataviados con flores amarillas. Una ladera se alzaba algunos pasos más adelante, coronada con pinos Caribe, le pasó por un lado remontando una ligera pendiente y alcanzó un sendero franco.

Caminó, caminó y caminó. Consternada por no toparse con sus amigos se volvió un momento para examinar el parque que había dejado, pudo percibir en la carretera Trasandina un bus expreso rodando y se preguntó si serían sus compañeros, tal vez se olvidaron de ella y se estaban marchando. Solo pensarlo la horrorizó.

Decidió volver al estacionamiento y comprobar si aún estaba aparcado el bus. De ser así, mejor esperaría al grupo sentada en un rincón para evitarse más peligros.

El cielo tronó anunciando una tormenta próxima y se empezó a formar una débil neblina que con el transcurrir de los segundos se volvió más y más densa hasta que le nubló la vista por completo.

No distinguía el color del suelo bajo sus pies y perdió el sendero con facilidad, intentó recordar la última imagen que grabaron sus ojos y se perfiló a tientas hacia el espectro de la carretera. Se acusó de torpe por tambalear tanto y tropezó con una piedra que la hizo caer, entonces pudo ver con horror el suelo, era grama nada más y no el sendero franco que confiaba estar pisando.

Se levantó consternada y prefirió no mover un solo músculo hasta que la neblina se aclarase, entonces escuchó un grito desgarrador por el noreste, era el violento alarido de una dama suplicando auxilio. María José creyó reconocer la voz de alguna compañera de clases y se echó a correr tras el llamado.

—¡Auxilio, por favor!

Cegada por la neblina, pero con la impaciencia de sus emociones a flor de piel franqueó la nube espesa a todo pulmón. Cosas terribles se agolpaban en sus pensamientos, tal vez le estaban haciendo daño y necesitaba de su ayuda, pero ¿cómo iba a salvarla? Se le volvió amarga la lengua y apresuró sus pasos...

—¡Auxilio, auxilio!

Otra vez el grito, y aún más audible que antes, se acercaba poco a poco a su encuentro. El brillo del sol parecía estar apagándose y descendían tinieblas del cielo, como si la noche se instalara a la fuerza.

María José dio un vistazo a su reloj, marcaba las tres de la tarde. Asustada comprendió que estaba sumergida en una escena imposible y que tal vez, se dirigía hacia la perdición de su alma o quién sabe qué horrores aguardaban su llegada.

Lagunas y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora