La niebla se abrió como las puertas del Hades despejándole el camino. Los mortecinos rayos de la luna desnudaban un pavoroso escenario que estremeció hasta la más pequeña fibra de María José.
Sobre la tierra había dieciocho troncos clavados, en cada uno estaba adherido uno de sus compañeros de clase, flotando en vilo, las hembras cabeza arriba y los varones cabeza abajo. Sus semblantes de pánico eran incomparables y en cuanto percibieron a María José, algunos suspiraron y otros le pidieron ayuda en voz baja, como si alguien o algo los pudiera delatar.
Ella estaba horrorizada y los miró compasivamente, notó la figura de Camila y se aproximó a ella, su amiga tenía los ojos abiertos y la observaba en estupor.
—¿Camila? ¡Dios mío! No te preocupes, intentaré ayudarte —dijo y empujó el cuerpo de su amiga sin lograr moverla ni un poco.
—No importa, Mari —musitó Camila—. Tienes que irte —le suplicó con voz ronca—. Una bruja lanzó a Gigi Santos al agua y dejó que se ahogara después de realizar un ritual espantoso, lo hará con todos nosotros. Es mejor que te vayas y busques ayuda.
—¿Quién hizo eso? —Preguntó María José.
—¡Vete, vete por favor!
Alguien le gritó a María José que tuviera cuidado. La grama crujió delatando pisadas que se acercaban.
María José se volvió y tenía frente a ella la imagen de una enorme anciana, su rostro la espantó, era una prolongada cicatriz de quemadura que le engurruñaba la piel canela. Su cabello blanco y graso le caía en los hombros como una pasta viscosa y vestía una bata gris y andrajosa con un chal de plumas rodeándole el cuello.
—Hueles a bondad —dijo la anciana inspirando regocijada, del cuello le colgaba una cadena de oro con dije en forma de águila cuyas alas parecían los pétalos de una flor—, precioso aroma que los seres malignos quieren poseer pero la luz protege con tanto recelo —la anciana la rodeó temblorosa—. ¿Cómo has entrado si no te he dado permiso? ¿Ah, María José Abendroth?
—¿Me conoces? —La joven dio un paso atrás.
La anciana la observó con incredulidad por unos instantes y luego pareció entender su reacción.
—Todos los Cabruncos te conocemos, pero tal vez tú ni siquiera recuerdas lo que es un Cabrunco.
—¡Libere a mis amigos en este momento! ¡Por favor! —dijo con inseguridad, casi farfullando las palabras.
La anciana extendió su brazo y apuntó los dedos índice y anular a María José, una fuerza de diez hombres la impulsó contra un bloque errático, sus costillas crujieron y gimió del dolor al tiempo que rodaba por la grama.
Se le detuvo la respiración por cinco eternos segundos, como si sus costillas rotas le presionaran los pulmones. Estaba aturdida, se cubrió el tórax con la mano derecha para detener el flujo de sangre y se arrastró mareada, le escocía la herida, pero lo que pasó a continuación le dio suficiente valor para levantarse: la anciana se dirigía hacia ella y, Camila, para evitarlo, le gritó.
—¡Mire, vieja estúpida! —la chica parecía más encolerizada que nerviosa. Sus palabras detuvieron al Cabrunco—. ¡Debería enterrar su cabeza quemada en la laguna y dejarnos a todos en paz! ¡Bruja desgraciada!
El Cabrunco se olvidó de María José por un momento y con su energía invisible desclavó el madero de Camila y lo elevó por los aires. La chica continuó profiriéndole insultos y quedó suspendida a un metro del agua, vio entristecida que María José se esforzaba por acercársele en vez de salir corriendo, como ella esperaba que hiciera.
ESTÁS LEYENDO
Lagunas y Demonios
FantasyEn los alrededores del parque Sierra Nevada alguien desaparece cada diez años. Los habitantes de la región atribuyen dicho fenómeno a los Cabruncos, encantos de las lagunas capaces de atraerte a ellos y hacerte perder la razón para siempre. Algo así...