21. SECUELAS DE DOLOR

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 NICK CROWN

El recorrido duró unos veinte minutos de viaje, el reloj aún iba a marcar las nueve de la mañana así que no se me ocurrió mejor manera pasar primero por la panadería más cercana de la casa y llevar los croissants favoritos de Cameron como muestra de mi agradecimiento por cubrir mi ausencia durante la noche.

Mientras esperaba mi pedido, recibí una llamada de mi hermano mayor. Avisándole que estaba cerca de casa, sin creerme, tuve que enviarle mi ubicación para mantenerlo tranquilo. Luego de escuchar mi nombre pagué mi pedido y me lo entregaron. Estaba por salir cuando mi silueta se topa con la imagen de la señora Bailey. Me quedé mirándola perplejo, como si su simple presencia hubiese dado un giro en el tiempo. Esos años llenos de dolor por la muerte de su hija que nos causó no sólo a mí sino también a su familia.

La mujer llevaba un vestido oscuro tan largo y un sombrero que podía apreciarse la mitad de su rostro. Ese mismo que como madre quiso verme detrás de las rejas.

—Tú. —su voz temblorosa salió de esos labios pintados de color marrón.

—Señora Bailey. —apenas entendía de dónde sacaba fuerzas para no salir corriendo como un cobarde.

—Supe que saliste de tu nido de ratas, pero jamás hubiera imaginado encontrarme al verdadero causante de la muerte de mi hija, justo aquí. — expresó con dureza.

—Entiendo su dolor. Está bien si quiere hablarme así. —sintiendo mis palabras entrecortadas. —Así como usted, aún me sigue doliendo todo lo que sucedió.

—Si realmente te doliera hicieras lo correcto. Han pasado tres años que Heather, mi hija, no ha tenido justicia por culpa de todo lo que hizo tu familia sin importarles nada ni nadie.

Sin darme cuenta, las lágrimas ya habían caído sobre mis mejillas. Las miradas de las personas, observando con atención semejante escena de sufrimiento por la única razón, una pequeña palabra que desde un comienzo no pude enfrentar. Justicia.

—¡Tú eres el único culpable! —gritó golpeándome el pecho con fuerza.

—Señora, perdóneme por favor.

Me dejaba manotear por la mujer que en un momento de mi vida me quiso como a un hijo, tratándome como un miembro más de su familia. A tal punto de llegar a considerarme la mejor suerte al buen hombre que su hija pudo haberse cruzado en el camino.

—¡Basta, ya! —se interpuso de repente la silueta del pelirrojo alto. Cameron, había entrado tan rápido al lugar que su única responsabilidad fue defenderme al verme en esta situación que se estaba saliendo de control. En la que yo simplemente no podía hacer nada. —Usted vuelve a tocar a mi hermano y estoy seguro que la justicia de este país se encargará.

—¡La única justicia que existirá es la que mi esposo y yo haremos!

—Vámonos, Nick. —me tomó del brazo y subimos al auto de mi padre.

En ese instante agradecía haberle enviado a mi hermano mi ubicación real desde que entré a esa panadería. Su cuerpo ahora reposando en el asiento del conductor no dejaba de observar las lágrimas que salían de mi rostro y que por la pena evitaba mirar, volteando a un lado de la ventana.

—Yo la maté. —susurraba en voz baja.

—Nick. —intentó voltear mi hombro para que lo mirase. —No digas eso.

—¡Yo la maté, Cameron! —le grité al verlo. —¡Yo maté a Heather!

—¡Sí la mataste! —reaccionó de la misma manera, asustándome. —¡Joder! ¿Eso quieres que te diga?

LIBERTAD DEL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora