37. NEVISCA

19 0 0
                                    


ATENEA

Despacio abro lentamente mis ojos. Trato de recuperar la noción del tiempo al quedarme unos minutos mirando mi entorno, mi habitación. ¿Cómo había llegado hasta aquí? Si la noche anterior estuve con Caroline y unos amigos suyos.

Levanto lo que me cubría encima al escuchar unos sonidos provenientes del baño. Tomo la almohada más dura y doy unos leves pasos hacia el ruido extraño. Y antes de abrir la puerta, se asoma a la entrada, la silueta de aquel chico que por una razón extraña la noche anterior había soñado con él. Cuando no debería, después de la última velada que tuvimos juntos donde prometí no volver tener algún acercamiento con él y menos con su familia.

—¿Qué haces aquí? —no había sido el mejor saludo mañanero que quizás debería recibir una persona ni bien despierta, pero no me hacía gracia verlo y más trayendo un dolor en la cabeza que me estaba atormentando.

—Despertaste peruanita. —se acercó hacia mí para envolverme con sus pálidos y fornidos brazos que me gustaban tanto.

—No, Nick. —me aparté cuidadosa, tampoco iba fingir que todo estaba bien entre nosotros. —No deberías estar aquí. No quiero verte.

Las últimas palabras, no lo desanimaron al contrario fue la razón para no hacer caso ante mi pedido.

—Atenea. —expresó serio, —Perdóname, por favor.

—¿Te das cuenta que no es suficiente?

—Sé que no lo es. Mi único error fue creerle a Cameron y no a ti, pero pensé que era la única familia que yo podía confiar. Al menos eso me hizo creer.

—Pues lo hizo bien. Porque yo jamás lo hubiera besado. —le reclamo seria.

—Lo sé. —acariciando mi rostro, —No te pido que olvides lo que te hice porque el daño ya lo causé. Pero permíteme corregirlo.

No esperé que se acercara más, para que mis brazos enrollaran su cuello y mis labios reposaran en los suyos. Mi debilidad ante Nick Crown es tan fuerte que solo le bastaron unas cuantas palabras de perdón para caer rendida ante él.

Nuestro beso, convirtiéndose en una sola nota, una canción de Lana del Rey. Esas que te transportan muy lejos del dolor, solo convirtiendo a dos amantes enamorados en la unificación de dos almas perdidas.

—Desde ahora prometeré protegerte y cuidar de ti. —susurró de repente al separarnos.

—¿Y eso? Gracias, pero yo me sé cuidar sola. —le di una pequeña sonrisa, calmándolo.

—Atenea. —su mirada se tonó preocupante. Haciéndome sentar en sus piernas. —No estás en Perú.

—Eso lo sé desde que despierto.

—Aquí tú eres lo que un hombre busca de una mujer. Y lo último que me gustaría es que estés expuesta al peligro de lo que puedan hacerte.

—No trato de entender lo que me tratas de decir. — mirándolo de manera disconforme.

—Ayer uno de los idiotas que vinieron a la casa, las drogó e intentó...abusar de ti.

Quedándose en silencio.

Mi corazón se estremeció del miedo, me levanto de sus piernas y doy unos pasos hacia atrás, apartándome de él. Al imaginar cualquier cosa que hayan hecho conmigo en contra de mi voluntad y estando en un estado inconsciente.

—Tranquila, amor. Que yo no lo permití. —se acercaba lentamente hacia mí.

—Nick, no. —le detuve.

—Atenea, esos idiotas ni nadie te lastimará. Lo prometo.

—Gracias por salvarme. —digo con mis palabras que difícilmente salieron de mis labios por la fuerte impresión de lo que me hubiera pasado si él no estaba cerca. Finalmente me envolvió en un abrazo reconfortante. Sintiéndome protegida por mi ángel de nieve.

NICK CROWN

Ha pasado una semana desde que estuve con Atenea escondido en su cuarto. Una semana desde que ella junto con Caroline y la compañía de mi hermano nos fuimos a la comisaría para colocar la denuncia a esos dos sujetos que quisieron aprovecharse de ellas.

Estos días de reflexión hicieron que entre en razón y recupere nuevamente mi trabajo en Philadelphia. Nunca hubo motivo para dejarlo, mi trabajo ahora es lo que más me gustaba hacer y el único sustento económico que poseo para sobrevivir en mi vida de adulto. Por otro lado, mañana sería navidad razón por la cual dormiría temprano como un día normal. Aunque Tomas insistió venir a cenar a mi departamento, preferí que se quede con la familia en las festividades de la mansión. Todos los años en mi hogar antes de noche buena, la prensa y algunas revistas reconocidas deciden hacer sesiones fotográficas antes de la cena de media noche. Y lo último que me gustaría es que el menor tenga problemas con Carlos por su ausencia.

Mi psicóloga intentaba darme una sonrisa amable luego de contarle los asuntos que habían pasado durante este tiempo que por cuestiones de tiempo falté a algunas sesiones.

—No recuerdo haber escuchado una novela en un mes de ausencia justo en ese mueble de allí. —da una risita pequeña. —Pero sabes ¿qué me gusta de todo esto? Tu control de emociones en cada episodio de tu vida, Nick.

—Aceptar con madurez que Tomas debe estar en el lugar que pertenece y no ponerle en contra de allí. Es un paso agigantado.

—No lo hago por Carlos, sino por mi madre. —mirándolo a los ojos. —Ella es la única que sufre allí.

—¿Y qué me dices de ti? ¿Tienes ese sentimiento presente en tu corazón? Porque tengo entendido que estás muy enamorado de esa chica de Perú.

—Doctora, una cosa no tiene que ver con la otra. —le contesto. —Mi familia siempre va ser mi talón de Aquiles. Mi debilidad. Que por muy enamorado esté, no será suficiente.

—Cameron, ya me lo dijo. Yo ya no existo para mi familia.

—¿Y tú le crees?

—Le creo porque es la verdad.

—Ese es el problema. Lo que tú elijes creer. —atinó. —Razón por lo que repercute en tus decisiones y esa sí es la única verdad.

—Tu pasado no te define. Poco a poco te darás cuenta.

—Feliz navidad Doctora.

—Feliz Navidad, Nick.

De regreso a casa con la cena navideña que había mandado hacer para esta ocasión, me detengo en la entrada de edificio donde el vigilante tenía un sobre para mí sin ningún nombre del remitente lo que me causó rareza, pero finalmente agradecí.

El sonido del móvil se escuchó dentro de mi saco, Atenea llamaba con insistencia.

—Principito, ¿vendrás a cenar con nosotros? —volvió a preguntar. Su invitación que había negado en pasar la navidad con la familia Wilson al comienzo no lo creí prudente por las diferencias que he tenido con su madre de acogida, pero después de confirmarme que la idea había sido por parte de Diana abría las posibilidades en asistir.

—Peruanita, no te rendirás. —entre risitas.

—No porque es una fecha especial y quiero pasarla contigo. Además, los niños quieren que estés aquí.

Sonidos de ellos gritando que sí, confirmó lo que dijo.

—Está bien, allí estaré.

Entré a mi departamento, dejé mis cosas sobre la mesa, el sobre sin abrirlo encima del aparador y la comida sobre la estufa. Me cambié rápidamente para ir a comprar unos obsequios de regalos para la familia y luego ir hacia la casa de los Wilson. Si ellos me estaban dando esta oportunidad de pasar estas fiestas con ellos, iba aceptar. Porque a pesar de todo, todos merecen una navidad rodeada de buenas personas y pasar un momento familiar en unión y paz.

LIBERTAD DEL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora