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Está anocheciendo, lo sabe porque el sol está bajando en el horizonte, porque puede ver las estrellas con más claridad que durante el día, porque el naranja y el morado se entrelazan entre sí en el cielo.

¿Por que no se mezcla el azul y el naranja?

Piensa en que debería dejar de esperar por alguien que no quiere llegar pero no se mueve, mira en dirección a donde vive el rubio. No ve nada.

Sus ojos pican, su pecho duele, tiene frío y está entumido porque ha estado sentado en el mismo lugar durante toda la tarde. Se pone de pie, rendido.

— ¡Quackity! — La voz que cree más dulce retumba en sus oídos, le anima el mal día que tuvo, le brinda el elixir de la vida, su razón de ser.

Rubén tiene las mejillas rojas mientras regula su respiración, el cabello desordenado, las piernas temblorosas porque estuvo corriendo y no tiene una buena condición física.

— No mames wey, me tuviste esperándote toda la pinche tarde — cruza los brazos fingiendo enojo.

— Lo siento es que estaba reconstruyendo una habitación en mi casa — se deja caer al pasto soltando un suspiro, queda cautivado por aquellos labios rojos una vez más. Sus pestañas revolotean con el viento cuando cierra los ojos, se pone en cuclillas acariciando su mejilla.

Sabe que es una mentira pero no le reclama, no dice nada en realidad, solo lo admira, abre un solo ojo. Contiene la respiración, siempre que sus iris conectan descubre una nueva tonalidad que va desde el café hasta el verde o gris, cada vez que lo ve cae aún más profundo en el abismo que reflejan sus ojos.

— Está bien pero la próxima avisa y no me tengas aquí esperando cabrón  — deja de tocarlo porque teme molestarlo.

— Prometo que avisaré —

— Eso espero — también espera que no mienta pero eso lo guarda para sí mismo, así como las ganas de decirle que no es necesario inventar excusas porque en el inicio de su cuello puede ver una marca roja.

Sweet liesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora