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Mira la puerta abierta y se queda estático, el recuerda haberla cerrado, cuando entra se lleva un susto.

— ¡cabron! ¿Que haces en mi pinche casa? — Rubius pega un salto haciendo que el cofre se cierre en su mano, ahoga su quejido mordiendo sus labios, a él le duele el corazón verlo herido pero no puede demostrárselo. — ¡Pinche idiota wey! — se acercó a él para ayudarlo y una vez se aseguró que solo había sido el golpe comenzó a reír a carcajadas recibiendo malas miradas por parte del otro.

— Eso te pasa por robarme —

— ¡que dices tío! Te estaba dejando un regalo ¿tienes que pensar tan mal de mi todo el tiempo? — se cruza de brazos aunque dura poco pues prefiere masajear su brazo.

El menor se limpia las pequeñas lágrimas producidas por las risas — ¿a si? ¿Qué es?

— Ah pues... — está dudando, lo sabe, lo ve en sus ojos, en su forma de andar y en el movimiento de su mano que, ansiosa, remueve su cabello. Saca tres diamantes, probablemente suyos

— ¿diamantes? Y encima solo tres, ¿que tan pendejo me crees?

— No wey, son especiales porque cuando los encontré pensé en ti y en el brillo de tus ojos — Su respiración se detiene, su corazón late con fuerza, es una mierda, la excusa más ridícula que le ha dado.

Pero esta bien, se siente bien; ya no importa si no le ha dicho la verdad

Sweet liesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora