CAPÍTULO 1: LA CASA DE LOS FERNÁNDEZ

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Wi aar in manos dhe Diosa, in su sudía confiamos, cantaba el pueblo reunido frente al castillo. El incienso, la sombra de los imponentes árboles, el camino despejado que daba a la puerta de la fortaleza, la presencia de la mismísima Sabdi al final del sendero, los líderes de las cuatro regiones del reino juntos —llamados Los Elementales— y el pasto fresco realmente les hacía creer a los nathálos que la Diosa Alexandra los estaba escuchando.

Dales lu tu aguer diriyan —pidió la sacerdotisa con las manos sobre el corazón y mirando al cielo.

Wi aar in manos dhe Diosa, in su sudía confiamos, repitió la gente.

Alexandra, te pridimos que protejas a Famiglia Real in sitio leyus —volvió a decir Martha en igidio: el idioma de los Dioses.

Wi aar in manos dhe Diosa, in su sudía confiamos.

Dentro del palacio, el príncipe Roberto aguardaba —detrás de sus padres— para hacer su entrada a la ceremonia. Este día era muy importante, ya que Sabdi —la eterna representante de Alexandra en la isla Táneros— había salido de sus cuevas —donde se decía que siempre se hallaba en contacto con la Diosa— para bendecir a los Fernández en la valiente travesía que estaban a punto de emprender.

El príncipe pasó saliva. Debía admitir que se encontraba muy nervioso, ya que al ser el hijo mayor del rey Adrián VI, se esperaba mucho de él. Cuando el día Lipsi llegara, su padre dejaría de ser el rey y Roberto asumiría la responsabilidad de liderar a su gente hacia la paz. Por lo tanto, el ritual que ahora se estaba llevando a cabo tenía que ser perfecto, el plan de Adrián debía resultar...

Cuando el rey y la reina le informaron a sus hijos del nuevo proyecto para por fin negociar una tregua con los demás reinos, el heredero al trono no se encontraba seguro de que funcionaría. Sin embargo, en los últimos meses se había convencido de que esta era la última oportunidad para que los nathálos dejaran de ser asesinados en todos los rincones de la isla, así que lo tenían que lograr... Si no, no sabría qué más hacer cuando su momento de ser rey arribara.

Guiadles hast a victoria.

Guíalos hasta la victoria, tradujo el príncipe Samuel en su cabeza con los brazos cruzados. Interpretar la palabrería de la sacerdotisa de Nero —región de Nathála— era lo único que podía hacer para no morirse de aburrimiento.

Wi aar in manos dhe Diosa, in su sudía confiamos.

Estamos en manos de la Diosa, en su sabiduría confiamos.

Sam dejó los cantos a un lado cuando se dio cuenta de que el dorso de su hermano estaba tenso. Era de esperarse, Roberto pronto sería el rey de Nathála y la estabilidad de su gobierno dependía del resultado del plan de su padre. No obstante, si le hubieran preguntado al segundo hijo del rey Adrián cómo se sentía respecto a dejar su hogar, atravesar el reino de Prodet hasta llegar a Tonic —capital de Ertain— y hacerse pasar por herreros para conseguir hablar con el despiadado rey Alberto II, habría respondido que se hallaba enfadado por tener que dejar Semanak —capital de Nathála— y a Hugo, su novio.

El príncipe interrumpió sus pensamientos cuando sintió que le picoteaban el hombro derecho. Giró hacia atrás, cambiando su expresión hastiada por una curiosa. Una anciana se encontraba frente a él.

—Lamento las molestias, Señor —habló la mujer—, pero no hallamos a la princesa Selena.

Al escuchar esas palabras, el corazón de Sam se detuvo. ¿Dónde se había metido su imprudente hermana menor esta vez? ¿Acaso había olvidado que la ceremonia de Bendición era hoy? El príncipe estuvo a punto de estallar, las tonterías de Selena siempre arruinaban todo.

Batalla de Dioses: La Reina del Mar (Batalla de Dioses, #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora