CAPÍTULO 29: EL LAMENTO DE UN DIOS

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Dos meses después, la tregua era oficial en toda la isla. Por primera vez en siglos, la cacería de brujas cesó, dándole inicio al proceso para reconocer a los hechiceros del sur como ciudadanos; de esta forma, la ley de cada reino los protegería. Asimismo, con ayuda de la monarquía, la reconstrucción de las aldeas asaltadas durante la purga se llevó a cabo, al igual que se liberaron a los presos políticos. Además, en conjunto con las personas afectadas iniciaron la charlas sobre la indemnización, que el Gobierno pagaría por daños a los brujos. La cultura del norte dejó de censurarse y se empezaron a planear proyectos para darla a conocer: Ese sería el primer paso a la sana convivencia.

De la misma manera, el difícil tema de la prostitución se comenzó a tratar, ya que no era ningún secreto que los burdeles estaban llenos de mujeres, niñas y niños que eran producto de la red de trata de personas. Selena de inmediato quiso intervenir en ese tópico, pero los reyes le insistieron que ellos mismos lo resolverían por ser un tema tan controlado por los poderosos. Al final, la reina les dio un ultimátum: Tenían un año para solucionarlo, o si no, ella misma tomaría cartas en el asunto. Eso fue lo único que bastó para que los monarcas tomaran en serio su tarea.

Aunque las cosas parecían que iban a mejorar, Selena sentía que se estaba equivocando; que después de todo lo que el sur le había hecho a los suyos, las negociaciones se quedaban cortas. Debía matar, destruir el problema de raíz; eso era lo que la voz sombría le susurraba al oído, pero su crianza —bajo el ala de los Fernández— la contenía. Su parte racional argumentaba que lo último que necesitaba esta isla era una guerra, pero la reina intuía que, al final, esa sería la única salida.

Por otro lado, su embarazo se supo algunas semanas posteriores a la reunión. La isla tembló ante el hecho de que, la persona que podría comandar norte y sur por igual, ya crecía dentro del vientre de la reina. Isabel y Eric se emocionaron discretamente por las noticias, pero Alberto e Ileana se mostraron nerviosos. Todos los monarcas sureños estaban asustados.

En Nathála, los padres de Selena se alteraron por los hechos; al igual que Sabdi. Por lo tanto, los planes de la boda se adelantaron. Cecilia orquestó todo; aunque el reino no era muy tradicional, su mente yaofruc no dejaría que su futuro nieto y heredero al trono llegara al mundo fuera del matrimonio.

No obstante, los arreglos para la ceremonia pronto abrumaron a Selena. Entre dirigir el reino, vigilar que el sur cumpliera sus promesas, cuidar sus alianzas con las tribus yaofrucs del norte y su embarazo, no podía más; si no hubiera tenido a Eduardo para sostenerse, habría caído exhausta en algún rincón durante el proceso.

Mientras más se acercaba el día de la boda, la actitud insoportable de Adrián y su madre aumentaba exponencialmente. Por lo tanto, los reyes de Nathála tenían ganas de fugarse: Anhelaban regresar a Montecito —el lugar que fue testigo de cómo su amor se fortaleció— y casarse secretamente en la capilla del pueblo.

En fin, mientras Semanak se preparaba para una boda Real, Dunkel se alistaba para el nacimiento del futuro rey y su hermana. La princesa Julieta no había podido ni salir de sus aposentos después de regresar de Kalo, ya que su médico le había aconsejado descansar para no complicar su embarazo. Estaba muy incómoda y aburrida la mayoría del tiempo —a veces ni siquiera leer le ayudaba a tranquilizarse—, sin embargo, cuando él la visitaba, todas sus frustraciones se iban. Parecía que su muy querido amor cargaba un aura que podía serenar todo a su alrededor... Su tiempo juntos lo dedicaban a charlar sobre el nuevo libro que July estuviera leyendo en el momento, a veces él le contaba historias y la princesa le platicaba las suyas; y en cada ocasión hablaban con las criaturas que crecían en el vientre de Julieta.

July deseaba que sus hijos conocieran la voz de su verdadero padre tan siquiera una vez, ya que los niños serían criados bajo las reglas de Juan, no del hombre al que ella realmente amaba. Él había prometido que estaría a su lado y protegería a los niños con todo lo que tenía. Tal vez no podamos presentarnos al público como una familia, mi cielo, le había dicho, pero te aseguro que seremos una. La princesa le creía; en estos cuatro años, su amor jamás le había fallado. Desde el momento que se conocieron en aquella fiesta de la mansión Rosales —meses antes de que Julieta fuera presentada a su prometido—, hasta este instante, él nunca había faltado a su juramento.

Batalla de Dioses: La Reina del Mar (Batalla de Dioses, #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora