CAPÍTULO 13: LA FAMILIA ROMERO

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Al siguiente día, Selena no le dio importancia a que Diana no se apareciera junto a ella para subir a las recámaras Reales; pensó que llegaría más tarde. Mientras recorría los pasillos hacia la habitación de Isabel, no dejaba de juntar sus manos con nerviosismo y sonreír tontamente, recordando lo que había ocurrido la noche anterior. Besar a Eduardo le había sumado muchos años más de vida.

La princesa entró al cuarto de la futura reina e hizo una reverencia de forma automática, pero su cabeza estaba en el calor del príncipe. ¿Cómo pude pensar que los besos eran tan simplones?, se cuestionó mientras su corazón se aceleraba visualizando los ojos color miel de su amigo. 

—¡Hola, Selena! —saludó Isabel con energía, tomando sus hombros— Diana me dijo que te agradeciera, además de comunicarte que, cuando pueda, te escribirá —agregó.

La princesa regresó al presente, confundiéndose con esas palabras. Frunció el ceño.

—¿Dónde está? —musitó.

—¿No lo sabes? —cuestionó la joven de más edad— Se fue de Tonic para actuar, hasta se llevó a su hermano con ella —en medio de la estupefacción, Selena sonrió con alegría—. Vino muy temprano para renunciar. Ay, la extrañaré —comentó—; tendremos que ser tú y yo hasta que consiga a alguien más.

Quedarse sola poco le importaba, su amiga había decidido conocer otras maneras de vivir.

Después de prepararle el baño a Isabel, ayudarla a vestirse y peinarse, se dirigieron al comedor. La princesa siguió a la futura reina hasta su asiento, guiñándole el ojo a Eduardo cuando pasó junto a él. El muchacho sonrió pícaramente, agachando la cabeza con las mejillas rojas para no reírse.

A pesar de que el trabajo fue más pesado por la ausencia de su amiga, Selena no se cansó. El enamoramiento hacía que no se agotara, ver al príncipe de lejos o estar en la misma habitación que él era suficiente para recargar su energía. Cuando Isabel le dio la tarde libre porque iba a reunirse con Claudia, la princesa subió hasta el último piso del castillo para observar tranquilamente el atardecer entre las montañas.

—Isabel me dijo que Diana se fue —habló una voz a sus espaldas.

La adolescente volteó para sonreírle al recién llegado. Eduardo se unió a ella en el barandal de piedra, dejando que la brisa purificara su rostro.

—Huyó con Sandro —aclaró Selena, viendo otra vez el hermoso paisaje.

—Eso supuse —contestó el joven con una sonrisa, sin mirarla—. No te preocupes, pronto escribirán, Sandro siempre lo hace.

La princesa asintió.

—No me preocupo.

El viento alzaba sus rizos negros.

—Cualquiera diría que es mala idea —comenzó el príncipe—: Es sofocante caminar cerca de ti sin poder tocarte la mano tan siquiera; pero ya entré, ¿qué me queda? —sus palabras estaban repletas de felicidad.

—A mí no me parece tortuoso —comentó la chica—, más bien, es emocionante: Compartimos un secreto y nadie lo sabe —concluyó, viéndolo.

Su cuerpo se movía con nerviosismo.

—Yo diría que más de uno —afirmó el muchacho, tomando su cintura para atraerla hacia él. La joven sintió un hormigueo debajo de su vientre—. Nadie viene aquí arriba —murmuró el chico antes de besarla.

Selena enredó sus dedos en su cabello dorado y se alzó de puntillas para que él no tuviera que inclinarse tanto. Eduardo apretó más el cuerpo de su amiga contra el suyo, deseando que este momento jamás se acabara.

Batalla de Dioses: La Reina del Mar (Batalla de Dioses, #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora