Trataron de ser discretos, acordando verse en la periferia de Tonic. La princesa de Nathála llegó primero que el príncipe de Ertain y esperó, contemplando el ruido de las avecillas. Cerró los ojos y se dejó llevar por los sonidos místicos de la naturaleza; puede ser que las ciudades de Ertain parecieran pocilgas, pero los bosques eran hermosos.
Eduardo vio a su capa negra abalanzarse de un lado al otro finamente. El joven montaba su caballo marrón y sostenía los rieles del otro corcel blanco mientras se acercaba a la bailarina Selena. La princesa comenzó a emocionarse más, poniéndose de puntillas para dar vueltas; pero detuvo su danza cuando escuchó que los caballos se acercaban. Al abrir los ojos se encontró con el príncipe imponente y bello sobre su corcel. La veía con una sonrisa sumamente tierna. La princesa se abochornó demasiado y retrocedió, intentando hacerse pequeña. Eduardo no tardó en bajarse del caballo.
—Tendremos que viajar en corcel, el lugar adonde vamos está un poco lejos de la capital —explicó, entregándole los rieles del caballo blanco a la chica.
Hoy Eduardo comenzaría a cumplir con su parte del trato, llevando a Selena a su primera aventura por Ertain. La chica acarició la frente del corcel, enamorándose de su hermosura. El caballo ni siquiera se alteró ante su toque, cualquier criatura podía sentir que dentro del alma de Selena sólo había bondad.
—¿Sabes montar? —preguntó Eduardo, esperando un no como respuesta.
—Sí, tengo un corcel en casa llamado Tibus —contestó, restándole importancia a la cuestión mientras seguía acariciando el lomo del animal con hipnotismo.
—¿Tienes un caballo? —inquirió el príncipe impactado.
En el sur no cualquiera tenía un corcel, lo máximo que la mayoría podía adquirir eran mulas. La princesa se dio cuenta de su error cuando detectó la incredulidad en el tono de Eduardo; una ráfaga de nervios casi la hizo vomitar, tuvo que inventarse una mentira rápidamente.
—Sí, la familia noble con la que antes trabajaba se lo regaló a mi familia cuando cumplí quince años —se excusó, evitando mirar al joven para que no notara su incertidumbre.
El muchacho se lo tragó de inmediato. Según él, todos los reinos del norte eran bondadosos con la clase trabajadora, así que no le pareció raro que una familia de alta alcurnia le regalara un caballo a los sirvientes de su casa. Sin embargo, la ignorancia de Eduardo era grande, pues en Prodet y en la mayoría de Yaofruc aún se vivía mucha opresión.
—¿Y por qué lo llamaste Tibus?, jamás había escuchado tal nombre para un corcel —comentó el príncipe a punto de reírse.
Si Selena le hubiera podido contar la verdad, le habría dicho que su mamá se lo regaló a los cinco años y a esa edad no podía pronunciar correctamente tribus, así que el nombre Tibus había sido lo ideal. Esa semana, Cecilia le había contado la historia de Yaofruc a la pequeña princesa, consiguiendo que se obsesionara con cada tribu del reino fracturado, aprendiéndose su nombre, ubicación en el mapa, forma de gobierno y rivalidades. Por eso, cuando vio al potrillo negro que parecía destinado a ser un caballo de batalla, lo llamó Tibus.
—Yo no lo nombré, la hija de la baronesa lo hizo —mintió una vez más.
En algún momento olvidaré algún engaño y entonces lo estropearé todo, pensó Selena con fastidio.
—Será mejor que salgamos ahora para llegar a tiempo —retomó Eduardo, dejando a un lado la situación del corcel.
La princesa asintió y se subió con agilidad al caballo, impresionando a Eduardo. Realmente esta chica sabe lo que hace, mencionó en silencio, abriendo sus ojos centelleantes. Después se incorporaron a la senda marcada y trotaron.
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Batalla de Dioses: La Reina del Mar (Batalla de Dioses, #1)
FantasiDos hermanos, dos dioses, un amor prohibido. Un regalo, una isla, un castigo. Seis reinos, seis Casas gobernantes, seis tronos. El norte regido por el feroz mar. El sur regido por las imponentes montañas. Una traición que trajo guerra eterna y cao...