CAPÍTULO 7: LA VERDAD DETRÁS DEL MITO

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Por fin estaban en el jardín floral de Cecilia —sus padres y Roberto habían ido a ver a los reyes, y Samuel aún se hallaba en el trabajo—. El príncipe se encontraba frente a Selena; una mesa vieja, pequeña y cuadrada les separaba; y encima de la madera había un pergamino y tinta, pertenecientes a la nathála. Eduardo había terminado de contar su historia idílica con Isabel. Claro, omitió la parte donde su cuñada lo había visitado en su cámara cuando ya estaba casada... Siempre protegería a la princesa.

Por el otro lado, Selena estaba asqueada con el relato. Su expresión nauseabunda no se debía a la narración del príncipe sobre su primer amor, sino que le parecía aberrante que Isabel hubiera tenido que vivir como un objeto desde su nacimiento: Entregada a otra familia para ser esposa de un niñato que no conocía; la imposición de actuar como sumisa para parecer buena; estar obligada a entregarle su completa sexualidad a un chico que no le agradaba... Qué historia tan espantosa, le había dejado un mal sabor de boca.

Por primera vez, en este tortuoso viaje, agradeció inmensamente no haber nacido en el sur. Vio hacia el cielo y alabó a Alexandra, en silencio, por hacerle saber desde niña que ella era libre. Jamás le negarían algo por no ser hombre: Tuvo la misma educación que sus hermanos y la misma exigencia en cuanto a los deberes del hogar. Nunca intentaron meterle en la cabeza que debía casarse y tener hijos para ser feliz. Jamás le impondrían un código de vestimenta: Podía usar escotes, vestidos y pantalones por igual, y nunca la juzgarían o acecharían por ello. Jamás pondrían en duda su pensar sólo por ser mujer. Nunca la callarían por comentar sobre guerra, literatura, religión, política o ingeniería.

La princesa realmente era afortunada..., pero sólo en los límites de Nathála; fuera de ella, estaba en grave peligro por su etnicidad, como muchos nathálos sólo por herencia, que se hallaban esparcidos en toda la isla. Alguien tenía que detener esto. Alguien debía ponerle un alto a toda la maldad; y una vez más —en su mente joven y soñadora— se convenció que, si ella no lo cambiaba, nadie más estaría dispuesto a hacerlo.

—Bien —habló Selena, absteniéndose de hacer comentarios para no enojarse—; ahora que tengo presente esta información, será mejor que comencemos a planificar tu primera cita oficial con Claudia.

Una ráfaga de vergüenza se adueñó del pecho de Eduardo, creyendo que la chica había desaprobado el romance con Isabel. No quiso averiguar sus suposiciones porque ya no quería hablar sobre el tema; era tiempo de dejarlo ir, así que poco importaba la opinión de Selena.

—Sí —dijo.

—¿Qué le gusta a tu prometida? —preguntó la joven, ahogando la pluma en el tintero y preparándose para escribir en el pergamino.

El príncipe no pudo pensar en otra cosa que no fuera Claudia mintiéndole sobre su libro favorito. Qué descarada había sido al hacerle creer por un segundo que también le gustaba Cuando el mar toca las montañas.

—Bueno, sé lo que no le gusta: leer —mencionó con apatía. Selena lo miró extrañamente, sin entender su comentario—. Una vez me mintió con que Cuando el mar toca las montañas era su libro preferido.

A Eduardo no le daba miedo hablar sobre textos prohibidos con la chica, ya que tenía más que confirmado que Selena también había leído esa historia. La joven dejó la pluma a un lado y puso las manos sobre la mesa, muy concentrada en el príncipe. Se encontraba segura de que ahora sí quería compartirle una de sus más fuertes creencias.

—Oh... Con respecto a ese libro, me gustaría decirte un secreto..., que en esta ocasión contaría como mi secreto. 

Eduardo se inclinó, completamente interesado por lo que iba a pronunciar la muchacha.

Batalla de Dioses: La Reina del Mar (Batalla de Dioses, #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora