CAPÍTULO 33: EL FIN DE LA ERA DEL MAR

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Eduardo escuchó cuando el soldado desenvainó la espada con agilidad; sin embargo, antes de que pudiera reaccionar, el militar ya había perforado el cuerpo de su esposa con el arma. Lo último que el rey vio de Selena fue esa luz cegadora que emanó de ella cuando el filo de la espada se sumergió en su cuerpo, haciendo que una onda empujara a todos los presentes lejos de la reina, como si fueran simples muñecos de papel.

El hombre se levantó del suelo rápidamente, lleno de tierra, y desfundó su arma para irse sobre el guardia que había lastimado a su esposa —a pesar de que el golpe lo había dejado aturdido—, no obstante, Selena y el soldado ya no estaban ahí. Intentó buscarlos con la mirada en medio del caos que empezaba a desatarse, pero jamás los encontró. No entendía qué había sucedido con ella y esa iluminación incapacitante, sin embargo, sabía que se encontraban en peligro; por lo que en ese momento, su mente se alejó de su esposa y recordó que su hijo indefenso estaba en la última tienda, cerca del caos. Selena tenía la magia para protegerse, Edmundo sólo lo tenía a él. Por lo tanto, el rey decidió ir a salvar a su hijo en lugar de buscar a la reina.

Peleaba con destreza, viendo a los soldados más como obstáculos que como personas, que le impedían llegar con su bebé. No lo pensaba mucho, simplemente movía la espada a diestra y siniestra para desgarrar y que aquellos estorbos se quitaran; se veía fuera de su cuerpo, intentando reprimir su pánico para no congelarse.

Eduardo sintió que tardó mucho tiempo en llegar a la tienda, pero cuando por fin lo logró, ya era tarde. Entró a tropezones a la carpa, experimentando un milisegundo de alivio cuando vio que Edmundo reposaba en los brazos de su niñero. Sin embargo, al momento que vio al bebé llorando con desesperación, al muchacho que lo cuidaba más pálido que un muerto y a una docena de guardias apuntándoles con lanzas, sintió cómo apretaron su estómago hasta sacarle el aire, dejándolo encorvado.

Antes de que su mente pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, su padre salió detrás de la escena amenazante con una sonrisa apacible.

—¿Ahora por fin vas a escucharme, Víctor? —cuestionó Alberto.

Eduardo tardó en acomodar las piezas en su cabeza y salir de la estupefacción. Cuando sus oídos finalmente recuperaron el sentido de la nitidez, y escuchó los gritos terroríficos fuera de la carpa, reaccionó. Enderezó la espalda antes de hablar.

—Tú hiciste esto —fue lo único que pudo decir, parpadeando demasiado para quitarse la resequedad de los ojos después de tenerlos tan abiertos por la impresión.

—Con ayuda de Lucanor, sí —contestó el rey ertaino, como si fuera algo tan fácil, como si no estuvieran matando gente afuera de la tienda—. El imperio de tu esposa se terminó, la magia en esta isla por fin ha sido erradicada y tú vas a venir conmigo, de regreso a Tonic, si no quieres que me deshaga de esa criatura —finalizó con crueldad, señalando a Edmundo como si le provocara asco.

Eduardo vio que su hijo no dejaba de llorar, mientras el niñero intentaba calmarlo... El rey aún no podía entender lo que Alberto había dicho. ¿Cómo que la magia ya no existía? ¿Dónde estaba Selena?

—Ella vendrá y acabará contigo —gimoteó Eduardo, llenándose de lágrimas. De repente comenzó a sentir un vacío inexplicablemente desesperante, como si el hilo dorado que lo unía con su esposa hubiera sido arrancado violentamente de su corazón—. Selena es el centro de la magia en el mundo mortal, esta ha permanecido en su familia desde el principio de los tiempos, no puede desaparecer nada más así —Eduardo intentó razonar consigo mismo, perdiendo su vista y haciéndose cada vez más pequeño.

—Bueno, la gente de Lucanor encontró la manera de quitársela. Ahora Jaiden y los nathálos son masacrados, seguramente Selena murió desangrada por la apuñalada que le dio David y su cuerpo fue aplastado en medio del caos.

Batalla de Dioses: La Reina del Mar (Batalla de Dioses, #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora