Antes de Lipsi
La noche previa a la coronación, Selena se preparaba para salir con su prenda blanca y liviana para cumplir el último paso del protocolo antes de ascender al trono: Debía mantenerse en vela, rezándole a la Diosa mientras se inclinaba ante el imperioso mar en la costa de Semanak. Era una tradición que todos los monarcas habían llevado a cabo antes de Lipsi, con el fin de orar por la suficiente sabiduría, fuerza o coraje para llevar adelante a su nación. No obstante, la princesa ya tenía suficiente de conversaciones con la Diosa, la verdad sólo esperaba contemplar las olas hasta quedarse dormida y aguardar que los rayos de luz le anunciaran que ya era el día de su cumpleaños. Sin embargo, cuando vio a Eduardo ingresar al cuarto, se le ocurrió otra cosa.
—¿Quieres acompañarme? —le preguntó mientras él se deshacía del cinturón que cargaba su espada y lo arrojaba muy lejos de ella.
—¿No se supone que sólo es para la futura dirigente? —dijo, mirándola con toda la gentileza que en ese momento su cuerpo cansado le permitía emitir.
—Sí..., pero tú algún día también serás rey —comentó Selena, tratando de no sonar brusca. No obstante, a pesar de sus intentos, aquellos vocablos golpearon mucho a Eduardo; una vez más, recordaba las palabras que nunca se había atrevido a pronunciar—. No hay nada de malo, mi madre también acompañó a papá cuando fue su retiro de oración.
Pero ellos ya estaban casados, concluyó el expríncipe con las mejillas rojas. Sin embargo, después pensó que esta noche podría ser útil para hablar con Selena y de una vez por todas poner en orden su nosotros.
—Está bien, te acompaño —contestó, sonriendo.
—¡Fantástico! —la princesa irradió alegría. Tal vez esta noche no sería tan aburrida como había pensado— Tu camisa blanca está perfecta, sólo ponte unos pantalones del mismo color y estaremos listos —pidió, conteniendo su emoción.
A los pocos minutos, los novios ya caminaban por los pasillos del palacio con sus atuendos claros para irse a la playa. Tomados de las manos y seguidos por los guardias, salieron del castillo y se aventuraron en el gran jardín para atravesar la muralla y llegar al mar. Sabdi ya los esperaba cuando arribaron a la arena.
Eduardo no sentía ninguna pena de acompañar a su novia, pero cuando vio la mirada funesta que la sacerdotisa le dedicó, quiso hacerse pequeño. No obstante, como siempre, a Selena no le importó en absoluto.
—¿Qué hace aquí el expríncipe de Ertain? —preguntó Sabdi severamente, pero sin alzar el tono.
—Me acompañará esta noche —respondió la princesa sin titubeos.
La sacerdotisa pudo haber dicho que eso no era posible; que no estaban casados, por lo que se trataba de algo ilegítimo; que por el momento, Eduardo no sería rey de nada; pero se abstuvo de comentar, guardándose sus palabras. De verdad que discutir con la futura reina era muy desgastante, así que, por esta vez, le cumplió su capricho. Además, seguramente el ertaino algún día sería el rey consorte de Nathála, así que no hacía daño que hicieran este ejercicio juntos.
—Está bien —Sabdi por fin articuló—, sólo les recuerdo que este es un espacio sagrado y de reflexión; por favor, absténgase de caer en placeres carnales.
Selena intentó no echarse a reír en la cara de la sacerdotisa, mordiéndose el labio inferior; y a Eduardo se le calentaron tanto los pómulos, que agradeció que fuera de noche.
—Por supuesto, Sabdi —dijo la princesa—, créeme que no tengo intención de que el reino entero sepa cómo cojo con mi novio —finalizó, lanzando una carcajada.
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Batalla de Dioses: La Reina del Mar (Batalla de Dioses, #1)
FantasyDos hermanos, dos dioses, un amor prohibido. Un regalo, una isla, un castigo. Seis reinos, seis Casas gobernantes, seis tronos. El norte regido por el feroz mar. El sur regido por las imponentes montañas. Una traición que trajo guerra eterna y cao...