CAPÍTULO 36: EL REY DE LAS MONTAÑAS

3 1 0
                                    

Eduardo llegó al punto acordado en el monte después de lavarse toda la sangre, vómito y sudor de sus pecados en el lago más cercano. A la luz de la luna, entre los matorrales, pudo ver a un pequeño grupo de personas; Samantha era la figura principal.

Cuando escuchó el débil chillido de Edmundo, al joven le brincó el corazón, ansiando tenerlo entre sus brazos después de casi un año sin verlo.

—¿Está hecho? —la yaofruc se interpuso entre Eduardo y su hijo, quien se movía inquieto en los brazos de Diana.

El joven sólo asintió con la cabeza, portando una mirada sombría.

—¿Y la espada yaofruc?, ¿la dejaste en medio de los cadáveres?

—Sí.

La respuesta de Samantha fue una sonrisa complaciente de oreja a oreja. Eduardo pensó en las palabras de su padre antes de morir, ¿realmente esta guerrera indomable le estaba ocultando información importante? Dejó la pregunta a un lado cuando escuchó a Edmundo chillar otra vez.

Apartó toda la neblina de su mente, y con su corazón rebosante, corrió hasta encontrarse con él. Diana había intentado calmar al niño desde que la gente de Samantha había asaltado el lugar donde lo tenían secuestrado. Eduardo miró los ojos grandes y negros de su bebé, llenos de miedo. Cuando vio su ropita repleta de sangre, no pudo contenerse más y lo arrebató de las manos de la joven para cargarlo. Edmundo lloró más.

—Tranquilo, cariño —le susurró su padre—. Perdón por tardar tanto, pero ya estoy aquí —y jamás me volveré a ir, tuvo ganas de decirle, pero si lo iba a mandar con Cecilia, eso no sería cierto.

A Eduardo le pesó en demasía el corazón. Mientras lo arrullaba para calmarlo se percató de que, ahora que lo había encontrado, ya no quería dejarlo ir. El niño tardó en sosegarse, hasta que el olor particular del hombre, que lo acogía en sus brazos, no le resultó ajeno y lo reconfortó. Decidió confiar en él con tal de sentirse completo después de casi un año en la oscuridad.

—Como lo sospeché, lo tenían en una cabaña abandonada casi en la frontera con Algea —Samantha comenzó a explicar—. Estaba todo el día vigilado, pero los guardias no hacían mucho por él. Las niñeras eran las verdaderas cuidadoras, provenientes de un pueblo cercano y marginado del lugar, pero cambiaban cada cierto tiempo. Supongo que tu padre lo ordenó así para que no adivinaran el verdadero origen del niño.

—¿Por qué su ropa está llena de sangre? —cuestionó Eduardo con voz débil, mirando la vestimenta de su hijo.

Seguía meciéndolo a pesar de que Edmundo ya se había calmado y escondía su pequeño rostro en el cuello de su padre.

La yaofruc se quedó con las palabras en la boca, por primera vez se sentía avergonzada. Eso permitió que Eduardo analizara a los presentes: Además de Samantha, también se encontraba Sandro y Diana, y más allá había una mujer, supuso que subordinada de la yaofruc, quien estaba muy entretenida limpiando su espada.

—Lo siento... —pronunció Samantha— Ningún soldado quedó vivo, y la niñera huyó despavorida.

El hecho de confirmar que su hijo había presenciado el baño de sangre que había tenido que hacer la yaofruc para rescatarlo, fue suficiente para el joven. Había tomado su decisión.

—Edmundo se quedará conmigo —decretó.

De inmediato, la gente a su alrededor saltó con asombro.

—Pero, Eduardo, después de todo lo que vivió, necesitará que lo vea un médico y un sanador de almas —trató de razonar Sandro—, y esos especialistas sólo están disponibles en Nathála...

Batalla de Dioses: La Reina del Mar (Batalla de Dioses, #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora