—Es hermosa, Roberto —comentó Selena, mirando cómo su pequeña sobrina corría por los manzanos para recolectar dientes de león.
El príncipe sonrió, enorgulleciéndose de su más grande creación. Amaba cada mínima parte de su bella hija.
Los tres hermanos se hallaban en los jardines del palacio, empapándose de la luz de la estrella matutina, mientras se ponían al día con todo lo que había sucedido en sus vidas personales en los dos años anteriores. Roberto estaba por cumplir veintitrés, Clara y él habían tenido una bebé hace más de un año; la nombraron Ana Cecilia, en honor a las madres de ambos. En cuanto la reina se enteró del embarazo, los había convencido de casarse para que ningún noble pusiera en duda los privilegios de los que podría gozar su primera nieta; a veces su madre podía ser muy anticuada. La monarca de origen yaofruc amaba a la pequeña Ana con todo su ser; lo que no había podido hacer con Selena a esa edad, debido a su terquedad, lo había disfrutado con su nieta.
Por otro lado, Samuel tenía veintiún años. Hugo y él ya habían empezado a jugar con la idea de casarse y adoptar niños, pero todavía no se trataba de algo formal.
Finalmente, cuando sus hermanos le preguntaron a la princesa si ya había considerado tener hijos, ella se echó a reír.
—Dejen que sobreviva para el día de la Asunción y después lo pensaré —respondió.
No obstante, al cuestionarle lo del matrimonio, la chica borró la burla de sus labios, y su rostro se puso serio. Frente a su padre y toda la corte nathála había dicho la verdad: Si algún día debía casarse, lo haría con Eduardo. No le interesaban las otras opciones, ella sabía desde hace mucho que él era el indicado. Ahora el amor de su vida se había infiltrado en la biblioteca del palacio, emocionado por saber qué nuevas historias y conocimientos adquiriría de aquellos autores que jamás había leído en su vida. Selena admiraba el temple de su novio; a pesar de todo el rechazo que recibió en su llegada, Eduardo intentaba mantenerse calmado. Probablemente ella no lo habría logrado de estar en su posición.
—No hablemos más de mí —suplicó la princesa—. Más bien, díganme qué sucedió con Marina —lanzó antes de que sus hermanos pudieran protestar—; desde que llegué al castillo, he estado preguntando por ella y nadie me ha querido dar una respuesta que explique su desaparición. Incluso su padre me ha suplicado que ya no la mencione.
Roberto agachó la cabeza, mordiéndose la lengua. Sin embargo, Samuel no dudó en murmurarlo.
—¿Tú sabías que Daniel y ella tenían un amorío? —comenzó, y a Selena se le paró el corazón. Entonces..., la gente se enteró, pensó con angustia— Por tu rostro, puedo deducir que sí. Bueno, Lor Valdés, su padre, nunca estuvo muy de acuerdo con que Marina y tú fueran amigas del yaofruc, pero lo toleró por respeto a nuestra madre y su cultura. No obstante, al enterarse de su relación amorosa, Valdés no fue tan considerado y desheredó a Marina —la princesa abrió mucho los ojos, sintiendo cómo su cuerpo se congelaba—. A tu amiga no le quedó más opción que irse con Daniel a Vila Jaiden. Intentaron contactarte, pero Sabdi siempre mantuvo tu paradero en secreto. Si le preguntaban sobre ti, sólo se limitaba a decir que estabas bien y que tu avance era fantástico.
—¿Pero cómo Lor Valdés supo de su romance? —exigió saber Selena, regresando la conversación al tema principal.
La muchacha estaba molesta con lo que había sucedido en su ausencia. Mientras tanto, Samuel pasó saliva, guardando silencio; agachó la mirada. Esta vez fue Roberto quien respondió.
—Porque Daniel embarazó a Marina —soltó.
De repente, el mundo de la princesa recibió una dura sacudida. Sus muros se derrumbaron y dejó de parpadear por un momento debido a la conmoción.
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Batalla de Dioses: La Reina del Mar (Batalla de Dioses, #1)
FantasyDos hermanos, dos dioses, un amor prohibido. Un regalo, una isla, un castigo. Seis reinos, seis Casas gobernantes, seis tronos. El norte regido por el feroz mar. El sur regido por las imponentes montañas. Una traición que trajo guerra eterna y cao...