Selena observaba el reflejo atentamente, viendo cómo su cuerpo tiritaba. Sus ojeras eran muy notables y sus labios se encontraban resecos. Últimamente no había logrado dormir bien, ya que su cumpleaños número veintiuno sería en un par de días... En dos días se volvería la reina de Nathála. La joven seguía creyendo que no podría lograrlo, que no deseaba el poder, que anhelaba tomar la mano de Eduardo y regresar a Montecito; sin embargo, cuando la situación lo requería, la que se encargaba de resolver los problemas era la reina que siempre había estado en su interior, pero que sólo hace un par de años aceptó que existía.
En los últimos meses, la princesa se había percatado de que la chica libre estaba desapareciendo, la reina demandante ocupaba todo su tiempo. La únicas ocasiones donde podía ser solamente Selena era en privacía con un número reducido de personas: sus hermanos, su sobrina, en las cartas para Marina y Dan, en las cartas para Diana y Sandro, y, por supuesto, con su novio. Sin duda, lo que más miedo le daba era perderse en el papel de la reina y jamás poder regresar a ser sólo Selena.
En un segundo, su triste discurso se vio interrumpido porque Eduardo entró a la habitación. El muchacho revisó el cuarto para localizarla, hasta que dio con ella. Por el espejo, le sonrió.
—¿Isabel y Eric respondieron? —preguntó la futura reina, deshaciendo el nudo en su garganta.
El joven se acercó lentamente a su novia, le besó el hombro con delicadeza y se sentó a su lado.
—Aún no —contestó.
Desde hace dos años, la pareja había estado secretamente en comunicación con los futuros reyes de Ertain. Los cuatro hablaban sobre el futuro y el fin del conflicto entre sus dos naciones; no obstante, mientras Alberto siguiera ocupando el trono, sus sueños no podrían cumplirse. Además, Selena y Eduardo estaban de acuerdo con que esta nueva paz entre ellos se encontraba a prueba; ambos todavía no confiaban del todo en los ertainos, más Eduardo, sus experiencias de vida le habían enseñado a ser precavido cuando se trataba de su hermano y cuñada.
—Me he tardado porque fui con tu familia para ver si podía ayudar en algo —retomó el expríncipe—, pero Sam y Roberto me dijeron sutilmente que no me preocupara. Por otro lado, tus padres no fueron tan amables.
Selena sonrió, conteniendo sus ganas de echarse reír. Eduardo jugaba con el cabello de su novia, colocándoselo detrás de la oreja; también trató de no carcajearse.
—Sabes que lo intentan —respondió la joven.
—Lo sé —dijo el chico, sin una pizca de mal humor. Había aprendido a no tomar en serio los desplantes de su suegros; con que Selena y él siempre pertenecieran al mismo equipo era suficiente—. Por lo menos ya le agrado a tus hermanos —comentó después de una pausa—, aunque estoy seguro de que el hecho de que Ana nos adore tiene mucho que ver.
Selena lanzó una risita. En eso tenía razón, la pequeña princesa seguramente influenciaba mucho en la decisión de Roberto, Samuel, y hasta Clara. La verdad, Eduardo y la futura reina también adoraban a Ana; consentirla y jugar con ella era uno de sus pasatiempos favoritos. Asimismo, la pequeña princesa no perdía ni una oportunidad para declarar que la pareja —que los demás tachaban como desastrosa— eran sus tíos favoritos, superando a Samuel, Hugo y los familiares de Clara.
Regresando al presente, de la nada, la futura reina había perdido su rubor; agachó la cabeza, jugueteando con sus manos. Por más que lo intentara, los chistes de la vida, que pronto dejaría atrás, no la distraían de su nuevo futuro que comenzaría en dos días... y finalizaría hasta que Ana, o su próximo hijo aún inexistente, cumpliera veintiún años.
—¿Qué te aflige, mi amor? —preguntó el expríncipe, deslizando dulcemente la mano por su brazo para dejar de tocarla.
Selena tardó unos largos segundos en contestar. No era que a Eduardo no le hubiera contado sobre la existencia de la demandante reina en su interior, pero, aun así, le costaba trabajo hablar del tema.
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Batalla de Dioses: La Reina del Mar (Batalla de Dioses, #1)
FantasyDos hermanos, dos dioses, un amor prohibido. Un regalo, una isla, un castigo. Seis reinos, seis Casas gobernantes, seis tronos. El norte regido por el feroz mar. El sur regido por las imponentes montañas. Una traición que trajo guerra eterna y cao...