Solamente tuvo que transcurrir una semana para que Diana y la princesa de Nathála se abatieran completamente por su nuevo empleo. El primer día, la rubia casi se encontraba brincando de la emoción; incluso Selena, que la noche anterior le había informado a sus padres sobre su promoción —los reyes no se mostraron muy contentos; pero al final accedieron a que conservara su trabajo, a pesar de la indiscreción que caracterizaba a su hija, sólo porque la princesa se había mostrado muy reacia a no rechazarlo—, se hallaba entusiasmada. No obstante, al final de la jornada desearon jamás regresar al palacio; claro que su anhelo nunca se hizo realidad.
Atender a Isabel resultaba un ajetreo. Al alba, Diana y Selena llegaban una hora antes de lo usual para prepararse y consultar su agenda del día con Olga. Después, cuando el primer rayo de luz tocaba el castillo, ambas chicas se dirigían a los aposentos de Su Majestad para despertarla, asearla y vestirla. Estas acciones les parecían muy incómodas, ya que del otro lado de la gran recámara los sirvientes de Eric hacían lo mismo para él. Claro que los separaba una mampara, pero a veces hallaban a la pareja de herederos desnudos en la cama y era incómodo cuando el futuro rey se levantaba para ir al otro lado del cuarto. La princesa de Nathála siempre cerraba los ojos, apretándolos; jamás se interesó en saber cómo lucía Eric sin sus ropajes. A veces preparaban un baño para Isabel con distintas esencias, o simplemente le limpiaban el sudor del cuerpo y la vestían.
Luego era turno del desayuno, asunto que a Selena le parecía muy entretenido de ver. La dinámica familiar de los Rodríguez era muy distinta a la que había en su Casa. El rey se sentaba a la cabecera de la mesa; a su derecha tomaba asiento Eric; y a su izquierda, cualquiera que fuera su preferida en turno. Junto a Eric se sentaba Isabel, y al lado se acomodaba la reina. Junto a Ileana, tomaba asiento Claudia; frente a ella se encontraba Eduardo, y a la derecha del joven se acomodaban sus futuros suegros, los Ramos. Alberto hablaba mucho durante el desayuno, dirigiéndose hacia su hijo mayor o hacia su amigo, Sergio, mientras acariciaba la piel de su amante. Ileana charlaba mucho con Mariana, matrona de los Ramos; e Isabel se inmiscuía en ambas conversaciones que se llevaban a cabo en la mesa. Los que siempre se hallaban en silencio eran Claudia y Eduardo; excepto cuando se discutía algún tema interesante de política, religión o cultura, ahí el príncipe jamás se quedaba callado; la mayoría tiempo hablaba para contradecir a su padre o a su hermano. Sin embargo, cuando guardaba silencio durante los alimentos, lo hacía con la cabeza gacha, sin mirar a nadie y sumergido en su comida. La que se pasaba observando a todos, a pesar de que jamás articulaba ni una palabra, era Claudia.
Posteriormente era turno de las largas juntas con los lores y el monarca para discutir asuntos del reino. Eric e Isabel siempre se encontraban presentes, tomando un lugar en la mesa cuadrada. Claro que el príncipe sólo estaba como aprendiz, e Isabel atendía a estas discusiones porque así era su dinámica de pareja: Las decisiones siempre trataban de tomarlas juntos. Sin embargo, el próximo rey bien pudo haber excluido a su esposa de la política, justo como Alberto lo había hecho con Ileana durante todo su matrimonio. A Selena le parecían muy curiosas aquellas reuniones, ya que las ideas de la princesa siempre se ponían más en duda que las de Eric a pesar de que ambos se hallaban en el mismo nivel de aprendizaje. Incluso hubo una ocasión en que los nobles aceptaron casi con aplausos el juicio del príncipe cuando su esposa había sugerido lo mismo minutos antes. Aquella vez, la princesa de Nathála se limitó a rodar los ojos. Era increíble el nivel de falocentrismo que se asentaba en las raíces de Ertain; bueno, por algo alababan a un dios y no a una diosa.
Después llegaba la comida, que ya no se hacía en familia, sino que Isabel y Eric compartían este momento en la intimidad. Selena no tardó en darse cuenta de que, en aquel instante del día, siempre parecían más relajados; riéndose de cualquier tontería como si fueran mejores amigos. A la princesa extranjera le daba mucha ternura observarlos de lejos... La forma en la que se miraban le resultaba muy hipnotizador.
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Batalla de Dioses: La Reina del Mar (Batalla de Dioses, #1)
FantasyDos hermanos, dos dioses, un amor prohibido. Un regalo, una isla, un castigo. Seis reinos, seis Casas gobernantes, seis tronos. El norte regido por el feroz mar. El sur regido por las imponentes montañas. Una traición que trajo guerra eterna y cao...