Por supuesto que hubo reproches de Adrián, Cecilia y Sabdi cuando los reyes regresaron casados de su escapada romántica, fueron acusados por los tres de desprestigiar las costumbres nathálas. Aun así, Selena y Eduardo tuvieron que dar el espectáculo de la boda días después por cuestiones políticas; sin embargo, para ellos había sido más que satisfactorio que su casamiento oficial hubiera sido privado: Con la sacerdotisa que les había unido y el majestuoso océano como sus únicos testigos. El rey trató de conseguir alguna autoridad religiosa del sur para que también los casara bajo la bendición de Iván, pero ninguno aceptó su invitación; supuso que su padre y su tío tenían algo que ver con eso.
Después de la boda, los siguientes meses de embarazo fueron muy rápidos para Selena. Los proyectos del reino marchaban de acuerdo a lo planeado, y las ceremonias y festividades —donde tenía que hacer acto de presencia— la distraían un poco del creciente hecho de que pronto sería madre. Aunque claro, su entorno no desperdiciaba ni un minuto para recordárselo. Todo el mundo a su alrededor estaba maravillado con la llegada del nuevo bebé a la familia, pero los que se lucieron en regalos fastuosos para los padres y el niño fueron Eric e Isabel. Era demasiado, sin duda estaban encantados con su sobrino nonato, ya que junto con los obsequios siempre arribaba alguna carta con aires cariñosos a los reyes.
Eduardo y Selena tampoco podían esperar para conocer a su pequeño —que todo el mundo apostaba que se trataría de un varón—, pero eso no calmaba su creciente miedo por convertirse en padres. Lo habían hablado muchas veces antes de dormir: No querían cometer los mismos errores que sus progenitores, pero a veces dudaban mucho de sí mismos y su capacidad para no arruinarlo con su hijo nonato. Sin embargo, se animaban entre ellos recalcando que serían un equipo, justo como lo habían sido desde que se hicieron amigos hace más de cinco años. Esa afirmación los consolaba un poco, haciéndolos sentir que no estaban solos en esta nueva aventura parental.
Edmundo llegó una cálida noche de Faya: el mismo mes del cumpleaños de su madre. Antes de su nacimiento, el agua de mar fue transportada al palacio y calentada un poco para ponerse en la gran tina donde Selena daría a luz: Así era un parto típico en Nathála. La reina tuvo que esperar algunas horas antes de pujar, a pesar de que ya tenía contracciones.
Ni el dolor que experimentaba al tocar el hierro, cuando todavía era adolescente, se pudo comparar con el sufrimiento de parir. La habitación se cuarteó un poco por los gritos de la reina y la Magia Antigua, que se desataba sin intención para aligerar un poco la carga. Las personas que la asistieron se asustaron ante esa muestra involuntaria de poder, pero trataron que eso y los ojos dorados de Su Majestad —que habían aparecido desde que iniciaron las contracciones para lidiar con el dolor— no les distrajeran de su misión: traer al heredero sano y salvo a esta vida, y cuidar de la salud e integridad de la reina en el proceso.
El grito de guerra, que marcaría la historia de la isla para siempre, hizo temblar a todo el castillo —la gente pensó que se desmoronaría—, pero pronto el aullido fue reemplazado por unos lloriqueos estruendosos. El príncipe chilló tan fuerte, como si quisiera anunciarles a todos lo fuerte que eran sus pulmones y que estaba lleno de vida.
El dolor de Selena se eclipsó al observar a ese pequeño ser empapado de sangre. Fue amor a primera vista. La reina se imaginó a las estrellas más resplandecientes mientras escuchaba el llanto de su hijo, anunciándole que estaba aquí.
Esa noche, Selena no fue la única que cayó ante el espíritu guerrero del príncipe, Eduardo también se enamoró al instante de su pequeño hijo. Cortaron el cordón umbilical, limpiaron la sangre del pequeño y se lo dieron envuelto al rey, quien no había dejado de llorar con una sonrisa desde que había escuchado el primer grito del príncipe.
Cuando las comadronas indicaron que Selena ya había expulsado la placenta, Eduardo se acercó a su esposa para que cargara al niño, sin despegar la mirada de aquellos ojos negros que comenzaban a tranquilizarse después de mecerlo por unos minutos. Selena tomó a Edmundo con sus manos húmedas, intentando que él no lloriqueara por cambiar de brazos. El niño amenazó con chillar de nuevo, pero, como si reconociera el cuerpo que había sido su hogar por nueve meses, se tranquilizó al escuchar latir el corazón de su mamá.
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Batalla de Dioses: La Reina del Mar (Batalla de Dioses, #1)
FantasyDos hermanos, dos dioses, un amor prohibido. Un regalo, una isla, un castigo. Seis reinos, seis Casas gobernantes, seis tronos. El norte regido por el feroz mar. El sur regido por las imponentes montañas. Una traición que trajo guerra eterna y cao...