DESPERTAR

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CALLE

El sonido de un piano se extiende en la oscuridad de mi mente, sé que los dedos de mi madre presionan con gran destreza cada tecla, y construyen aquella pieza de Chopin que ella ensaya desde que tengo memoria. El olor al tabaco de los habanos de mi padre también forma parte del ambiente. Los brazos de mi hermana pequeña me rodean el cuello, como cada vez que nos vemos. Lo percibo todo, pero no logro ver nada, mi vista está apagada, todo es penumbra.

De pronto, un último estímulo a mis sentidos. Un susurro lejano, un timbre único, su llamado, ese sonido grueso y a la vez angelical, Poché, solo puede ser ella.

Me desespero, intento buscarla a tientas, pero no puedo siquiera moverme. Trato de activar mis músculos para corres tras aquella voz, quiero estar con ella, lo necesito. La necesito, la quiero aquí.

Los susurros se escuchan cada vez más lejanos, y eso me hace entrar en pánico. Esa dulce voz se desvanece, poco a poco, y comienzo a sentir que voy a romper en llanto, aunque sé que no puedo hacerlo. Estoy petrificada, y no logro entender por qué. El silencio domina al cabo de un rato, y siento la calidez de una mano sobre la mía. Delgada, confortable, y compruebo que está hecha a la medida cuando entrelaza nuestros dedos. No se ha ido. Sigo tratando de buscarla, de reaccionar para pedirle que se quede, que continúe hablándome, gritarle que su cercanía me hace bien. Y no lo consigo, y eso me frustra.

Su mano se aleja, y el silencio se extiende por horas. Distingo un poco de luz a través de mis párpados, vuelvo a escuchar voces, pero esta vez no es nadie a quien yo reconozca. Sin embargo, sé que quiero liberarme de las ataduras, buscarla de verdad, escucharla de verdad y sentirla de verdad, iluminar este abismo con ella, no dejarla ir.

Comienzo moviendo el dedo índice y lo hago con un esfuerzo tremendo, el primer paso está dado y decido continuar luchando contra esta parálisis. Ahora son dos dedos más, recobro la movilidad y finalmente, consigo dominar mi cuerpo. Abro los ojos lentamente, deslumbrada por la brillante luz reflejada en las paredes de la habitación. Este día sería el segundo que paso aquí, viendo únicamente el rostro de las enfermeras que revisan de vez en cuando el estado de cada delgado tubo que se conecta a mi cuerpo.

Las horas se han hecho eternas, no hay un solo rostro conocido y es una tortura. Lo que he mencionado anteriormente, todo aquel tacto, aquella voz hecha bruma, esos fantasmas, son producto de todos los pensamientos que no me dejan en paz, que rondan por mi cabeza día y noche. ¿Poché estará bien? ¿Dónde está Poché? Podría preguntarme ta también si está en este mismo edificio, en el vestíbulo, sentada a un lado de mis padres esperando a verme, pero las probabilidades de que eso no esté sucediendo son demasiado altas. Hemos dejado en claro que nos queremos, que no cambiará nunca, pero también estoy consciente de que he dejado la puerta abierta para dejarla marcharse.

Admiro el color de mis manos, un poco más humano que el día de ayer; no lucen pálidas, al menos no al grado de hacerme dudar sobre si sigo viva o me encuentro en la morgue. Adapto mis ojos a la iluminación, asimilo la textura semi áspera de las sábanas, y me preparo mentalmente para ignorar la ansiedad que me produce sentir el catéter pegado a mi piel todo el día, me enfrentó al hecho de no tener una noción acertada del tiempo, estoy únicamente guiada por el caer del sol en la llegada del atardecer. Miro a mi alrededor, todo es silencio, estoy completamente sola; pero no sería por mucho tiempo, porque el seguro de mi puerta se desliza con suavidad.

Una mujer de unos 40, con los músculos faciales más fuertes que podrían verse alguna vez, no para de sonreír. Es exactamente la misma cara que ha traído el día de ayer, cuando vino a dejarme la cena, la misma expresión que ha tenido mientras supervisaba que yo terminara con los alimentos. Pareciera que fue a dormir con ese gesto, pareciera que no se cansa de la buena actitud. Me pregunto si también llora con esa expresión y una rísita estúpida brota de mis labios al imaginarlo, afortunadamente, a volumen bajo.

Inevitable AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora