CALLE
Los días posteriores a nuestro reencuentro, habían sido felicidad total. Mis padres acudían a verme durante las mañanas, y por las tardes, era Poché quien venía a cuidarme. Mamá estaba dedicada en tiempo completo a mi padre y el tratamiento de su enfermedad, sin contar que Julian también necesitaba de su atención, mientras que yo sólo necesitaba tiempo. Poché y mis padres se veían en cuanto ella llegaba del trabajo, entonces se daba el cambio de turno y así no me quedaba sola.
Los vi convivir la primera tarde que se encontraron, los escuché reír y vi gestos de aprobación ante el beso tímido que Poché me plantó en los labios al saludarme. Cada tarde procedía de la misma forma. Poché llegaba con una flor fresca y una gran sonrisa, saludaba a mis padres y conversaba alegremente con ellos. Cada noche, ella tomaba su lugar en el sillón y descansaba en el abrigo de esa manta azul que ahora sí recuerdo con claridad.
Cada mañana, Poché se marchaba a trabajar, y mis padres llegaban con elogio nuevo para ella, y yo no podía con la felicidad de saber que por fin la veían tal y como es. Tomó tiempo y malos ratos para contemplarla en todo su esplandor, al final renunciaban a la idea de que otra persona pudiese darme más de lo que ella me ofrece; por fin comprendían que no debían preocuparse por buscar lo mejor para mí, pues ya lo había encontrado.
Una semana después de aquella noche en la que supe que jamás volveríamos a separarnos, Poché y yo salimos del hospital rumbo a mi departamento. Salimos en su auto, enfiladas en el tráfico, justo detrás del Mercedes de mi padre, que en ese entonces debía conducir mi madre. La lluvia era pesada, y golpeaba con tal fuerza el parabrisas, que me obligaba a cerrar los ojos de ves en cuando, pensando en la posibilidad de que alguna de esas gotas cayera directamente en la cara. Poché lucía tranquila, sonriente y golpeaba el volante con los dedos al ritmo de la canción.
Al llegar al departamento, un gran letrero me daba la bienvenida, parecía impreso, aunque en realidad fue pintado a mano con trazos finos en color rojo que solo unas manos expertas podrían lograr. No hacía falta preguntarse demasiado quién había sido el autor, una sus manos sostenían a la mía, y sus ojos no dejaban de mirarme, derritiéndome por completo.
Como acordamos en el hospital, hablamos sobre nosotras esa misma noche, frente a un par de tazas de té que poco a poco se enfriaban. Cerramos al ciclo turbulento que habíamos iniciado y nos comprometimos a hacer las cosas bien, sobre todo yo. Ambas entendíamos la segunda oportunidad como algo único, irrepetible, y dejamos salir todo lo que había dentro de nosotras para someterlo a debate. Miedos, inseguridades, tristezas y algunas migajas de rabia quedaron sobre la mesa, y supimos abandonarlo todo, y nos comprometimos a superarlo. Sabíamos que el amor era suficiente, y sobraba para seguir adelante con nuestros planes. Seguíamos siendo ella y yo, más fuertes, con menos peso sobre los hombros.
Luego de un largo tiempo de conversación, volvimos a compartir la habitación. Lo maravilloso fue que ya no debía conformarme con tomar su mano y cerrar los ojos, tal como en las noches pasadas en le hospital; en esa ocasión, pude refugiarme entre sus brazos y dejarme llevar sobre su pecho. Su perfume se sentía más vivo en mi olfato, tanto así que incluso al despertar y caer en cuenta de que ella ya estaba en la cocina preparando el desayuno, yo seguía, percibiendo su olor. Hacia tanto que no dormía y despertaba con esa paz.
Los días por delante de ese se plagaron de sensaciones fascinantes. Poché cabo de cuatro meses después del atraco, Poché y yo comenzamos a vivir juntas. Cada noche, al salir del corporativo, tomaba la desviación que conducía hasta aquella monumental residencia en las afueras, rodeada de un jardín hecho para cuento, que constituía una vista digna de admirar mientras servíamos la cena en la terraza. Los padres de Poché construyeron una vida llena de dicha, acompañados de esa preciosa niña de ojos verdes, que ya convertida en una mujer, se derretía en mis manos cada noche. Podías sentir la felicidad de la familia en aquellos álbumes de fotos que yacen en una gaveta en el mueble principal del salón, esos mismos que Poché me mostró hace algún tiempo; eran demasiados recuerdos, era demasiado amor, y sabía que en el fondo, ella no quería alejarse de aquí. Ella jamás me lo dijo con palabras, pero para ese entonces, ningún gesto de felicidad y gratitud suyo podía resultarme desconocido, y los contemplé todos al mismo tiempo cuando acepté renunciar al departamento para mudarme aquí, incluso con lo que implicaba hacerlo, pues también acepté conducir 40 minutos de ida y 40 de vuelta hacia el trabajo. Me permití gastar energía en tráfico y pelear de vez en cuando en los semáforos, porque aunque en su momento fue tedioso, todo se arregló al llegar a casa la primera noche, cuando supe que valdría la pena hacerlo todos los días si era recibida con un beso suyo, y al darme cuenta de que dormiríamos juntas sin necesidad de que una se marchase por la mañana.
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Inevitable Amarte
AvventuraAlguna vez se imaginaron conocer al amor de su vida en un bar despues de haber tenido una ruptura amorosa. Pues esta historia es basada en eso, no es unas historia mia , es una adaptacion. igual creo que ya han leido esta historia pero quice darle o...