Alex
Abrí mis ojos apenas la luz del sol comenzó a colarse por las cortinas de la pieza de la Martina. Mi brazo derecho rodeaba su cintura, mientras que su rostro estaba escondido en mi pecho. No me había dado cuenta que habíamos dormido toda la noche abrazados al otro. Mi corazón se aceleró al notar lo cómoda que se veía durmiendo; sus labios entreabiertos y las mejillas coloradas se llevaban mi atención, mientras que su pecho bajaba y subía paulatinamente, lo suficientemente relajada como para hacerme sonreír. Acaricié su mejilla con la yema de mis dedos y me quedé apreciándola embobado.
Me sentía en el paraíso.
No recordaba a la perfección todo lo que había ocurrido anoche, sin embargo, haber amanecido de esta manera era razón suficiente para saltar en una pata mínimo por una semana.
Qué ganas de congelar aquel instante...
Verla por la mañana se convirtió en mi momento favorito.
De repente su ceño se arrugó, y los quejidos se hicieron presentes en la pieza. Me quedé quieto sin saber muy bien qué hacer, ¿debía hacerme el dormido? ¿o simplemente aceptar que nuestra primera noche durmiendo juntos ya había llegado a su fin?
—¿Cuándo te despertaste?—Soltó con voz ronca mientras se incorporaba un poco atontada sobre la cama—, ¿qué hora es?—Se pasó el dorso de la mano por sus ojitos.
Buscó con torpeza su celular, hasta que luego de dos minutos se quedó helada y volteó a mirarme como si de la misma niña del exorcista se tratase.
—¿Viste un fantasma o qué?—Hablé divertido.
—Tu... Yo...—Empezó a tartamudear apuntándonos, tomando con fuerza las sabanas—¡nos quedamos dormidos, Alex!
Se llevó las manos a la cabeza para luego levantarse de sopetón.
Se dio vueltas por su pieza como por cinco minutos, mordiéndose las uñas ansiosa. Suspiré y desbloquee mi celu, eran las nueve de la mañana, aún estaba a tiempo de irme por la ventana, si la suerte estaba de mi lado no me haría mierda alguna de mis piernas.
—¿Por qué mejor no seguimos regaloneando?—Negocié sin ocultar mi gran sonrisa. Abrió su boca con exageración para luego tomar uno de sus tantos peluches y tirármelo en la cara sin una pizca de compasión—, fue una linda noche, por cierto—Me tomé la libertad de huebiarla, aunque era completamente cierto.
—¡Barsa!—Enrojeció.
—¿Pa donde vai?—Pregunté cuando me deshice del peluche de cerdito que me había tirado, notando sus intenciones de salir de la pieza.
—Tengo que cachar si mis papás están despiertos o no—Me contó—, ¡no te movai! y espérame aquí nomás, ¿me escuchaste?—Advirtió antes de cerrar la puerta tras ella. Asentí sin chistar y se fue altoque apenas di mi visto bueno.
Qué carácter...
Comencé a reírme de la nada, llevándome una mano a la cara. Cómo la adoraba.
Me levanté también de la cama, no sin antes volver a inundarme en el rico aroma que tanto caracterizaba a la Martina.
Me estaba volviendo loco este sentimiento culiao.
Entrecerré mis ojos posando mi vista en cada rincón del lugar, tratando de recordar los fragmentos que creía perdidos en mi memoria, sabía que poco a poco me iba a acordar al pasar el día, pero el no saber a ciencia cierta qué había pasado (al menos antes de apagar tele) me tenía en la media rama.
Mientras no hubiese hablado de más...
Pero ni esa hueá podía asegurar.
Me pasé una mano por el pelo y luego por los ojos, maldiciéndome.
ESTÁS LEYENDO
Polola falsa (editando)
Teen FictionCuando el mino que le gusta a la Martina le pide que sea su polola falsa.