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Rafaela


Mayo

Oculté mi cara entre mis brazos y traté de conciliar un poco el sueño; últimamente no estaba teniendo ánimos de nada, ni tampoco me sentía bien anímicamente. Estábamos en la clase de Artes y la profe estaba sentada en su puesto revisando unos trabajos de otros cursos mientras a nosotros nos había mandado a dibujar.

La Romina no había ido y pensé que jamás iba a decir esto, pero sin ella me sentía sola.

Tampoco es como que la soledad me molestase, sinceramente me gustaba estar sola y me consideraba una persona que valoraba mucho su tiempo a solas, solía pensar mucho y reflexionar.

Pero la Romina le ponía esas dosis de humor que le faltaban a mis días.

Sentí el ruido de alguien sentarse al lado mío, lo que me pareció la gota que rebalsó el vaso.

¡Quería estar sola, hueón!

—Oye—Un susurro— ¿Qué te pasa?

Era el Alex, su voz y perfume lo delataban.

Abrí mis ojos y alcé la mirada, encontrándomelo al lado mío, tenía su codo apoyado en la mesa y la palma de su mano sostenía su mentón.

Se veía entre preocupado y con un semblante tranquilo.

—Nada.

—Mentirosa—Acusó.

Fruncí las cejas, aunque por dentro estaba tratando de guardar la calma.

—¿Y tú qué sabís?

—Sé que te pasa algo, es obvio—Contestó calmado.

Y la verdad tenía razón; ese día había peleado con mi mamá y no estaba precisamente de muy buen ánimo, pero no por eso iba andar contando mis problemas a los cuatro vientos, ni admitiendo que no me sentía bien.

Me mordí el labio inferior y comencé a jugar con uno de los lápices que estaba sobre mi mesa.

—No me pasa nada.

—¿No querís contarme? —Indagó, colocándose el gorro de su polerón negro.

Alcé mis hombros.

—No le veo lo importante—Dije con total sinceridad, garabatee algunas cosas sobre la hoja, pero a los segundos el Alex puso su mano sobre la mía haciendo que dejara de escribir y me obligara a mirarlo.

—Pero quiero escucharte—Susurró.

En su mirada había tanta súplica que resignada decidí contarle, aunque a grandes rasgos, no me gustaba ser un libro abierto con las personas y supongo que en los dos meses que nos conocíamos él ya debía darse cuenta de eso.

Básicamente le conté que había discutido con mi mamá, que últimamente las cosas no habían estado bien entre nosotras dos y casi la mayor parte del tiempo nos la pasábamos peleando por hueás que ni siquiera valían la pena, sin importancia alguna.

En todo momento me escuchó claramente, dándome la mayor atención posible, lo que me hizo sentir bien en algún sentido.

Sentí que pude desahogarme.

—Es penca cuando pasan esas cosas con un familiar—Opinó mientras se reclinaba en la silla y se cruzaba de brazos, analizando la situación.

Dejé las manos en forma de puño sobre mi regazo y asentí, dándole la razón.

Polola falsa (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora