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Rafaela

No podemos volver a esos días...

1 año antes, Marzo.

—¿Ya lograste acostumbrarte?— Preguntó en un susurro la Romina.

Ya era la segunda semana de clases y a pesar de que seguía extrañando mi colegio anterior, este no me parecía tan mal, además el curso no era tan desagradable como creía. Había creído que ser nueva en segundo medio iba a ser realmente traumático, pero no era nada del otro mundo.

Terminé de escribir el título en la pizarra que había dejado el profe y asentí.

—Un poco— Susurré.

La Romina sonrió y después siguió escribiendo en su cuaderno. Ella había sido la primera persona que se me había acercado cuando llegué, me preguntó automáticamente mi nombre y después comenzó a invadirme en preguntas; normalmente me irritaba la gente así, pero ella no se me hacia tan molesta.

El profe de lenguaje nos comenzó a hablar de Shakespeare, algunas cosas de su vida a grandes rasgos, yéndose más en la profunda con sus obras.

Suspiré y saqué de mi mochila mi estuche con maquillaje buscando mi encrespador, total, estaba de las últimas y el profe no iba a cachar lo que estaba haciendo, mucho menos si ponía mi mochila sobre la mesa, tapándome.

Aproveché y también saqué mi espejito.

Cuando lo abrí e iba a empezar a hacer mi obra, sentí que tocaron la puerta, haciendo que me diera un susto y mi espejo se cayera.

—¡Cresta!— Me agaché a recogerlo, sin embargo cuando le eché una ojeada mis ojos se abrieron un poco más al notar que se había roto.

Arrugué la frente confundida, el impacto no había sido para tanto...

—Siete años de mala suerte— Comentó la Romina en un murmullo, mirándome con terror. La miré por unos minutos y después negué con la cabeza.

No me consideraba una persona supersticiosa sinceramente.

Tragué saliva y me enderecé, dejando el espejo sobre la mesa.

—¿Te tomaste más vacaciones, Fernández?— Le preguntó el profe a no sé quién porque no podía ver su cara gracias a mi mochila que tapaba todo—. Las clases empezaban la semana pasada, no hoy día.

—No estaba en Santiago—Alcancé a escuchar a pesar de las voces de mis otros compañeros.

Pertenecía a una voz masculina, era ronca y varonil.

Fruncí las cejas y la curiosidad fue tanta que corrí la mochila de mi mesa y volví a dejarla en el suelo, entre la Romina y yo.

Mis ojos se fueron directos al mino; tenía el pelo desordenado y era de un color demasiado oscuro, podría decir fácilmente que era negro. Su piel era clara y el color de sus ojos no se lograban apreciar desde dónde estaba, pero podía apostar que eran azules o verdes.

Llevaba el nudo de la corbata a la chucha y sus manos estaban en los bolsillos de su pantalón gris. Me llamó la atención una pulsera de plata que tenía en una de sus muñecas, ya que las mangas de su camisa estaban arremangadas.

El mino era rico, pero se notaba que era un cacho.

Solía sacarles la foto automáticamente a las personas y fácilmente podía decir que ese hueón era un problema, típico rompecorazones con problemas de rebeldía.

Y no, gracias.

—¿Es lindo, verdad?— Preguntó la Romina con la mirada llena de perversión—. Se llama Alex—Dio información que no me interesaba saber en absoluto, pero como no quise ser mala onda no dije nada.

Polola falsa (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora