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Me moví irritada sobre mi cama, cambiándome de lado con la esperanza de volver a conciliar el sueño y seguir durmiendo. Mis papás puro que metían ruido desde la cocina. Eran con suerte las diez de la mañana de un día Domingo y no estaba muy interesada en levantarme todavía, tenía que aprovechar al máximo la mañana para dormir porque después tenía que leer don quijote de la mancha e iba a estar todo el día ocupada en eso porque la prueba era mañana.

Se seguían escuchando voces y a pesar de que me tapé las oídos con mi cojín tampoco logré hacer mucho.

Eso me pasaba por tener la pieza más cercana a la escalera, y por ende, más cercana a la cocina.

Resoplé y me destapé choreá.

Salí de mi pieza y bajé las escaleras, sintiendo el olor a café proveniente de la cocina.

Me pasé una mano por el pelo, sintiendo mis ondas enredadas y carraspee.

Iba a entrar a la cocina cuando escuché hablar a mi papá.

—Tenemos que decirle a la Magda...

—¿Y cómo?— Escuché hablar a mi mamá con voz golpeada—, si yo también quiero decirle, pero es un tema sumamente delicado, sobre todo para los niños. Los dos sabemos cuánto sufrieron esos pobres cabros, la Belén siempre estuvo más protegida y quizás no fue tan fuerte para ella, pero el Alex estuvo mucho tiempo mal.

Mis cejas se alzaron y fruncí el ceño, concentrándome mejor en escuchar.

¿Por qué estarían hablando de eso?

Si no había escuchado mal, estaban hablando de cuándo el papá de los chiquillos los abandonó y eso fue alrededor de dos o tres años.

¿Qué onda?

Agudicé mejor el oído.

—Lo sé, pero tenemos que decirle, es mejor prevenirla antes de que las cosas se pongan peor, o en el peor de los casos...

—¿Qué cosa tienen que decirle a la tía Magda?— Pregunté interrumpiendo a mi papá y entrando a la cocina. Mi mamá me miró con los ojos como platos y con la tetera caliente en la mano, mientras que mi papá se pasó una mano por la cara y después suspiró pesado.

Se pusieron tensos apenas me vieron.

—¿Cuántas veces te he dicho que no hay que escuchar conversaciones ajenas, Martina?— Preguntó mi mamá pesá.

Me alcé de hombros y luego me crucé los brazos, insistiéndole con la vista fija en sus ojos.

—Si querís después me dai el sermón, pero quiero saber de qué estaban hablando.

—Nada importante, mi amor— Dijo mi papá nervioso.

—¿Cómo no va a ser importante si estaban hablando de los chiquillos? ¡Además desde ayer que están súper raros! —Miré en dirección a mi mamá con recelo—. Estabai muy nerviosa cuando viste al Alex.

Mi mamá dejó la tetera en la encimera y después apoyó los brazos en ésta mientras me miraba escogiendo las palabras correctas para contestarme, o eso creía. Su pelo color ceniza estaba recogido en un moño hacia el lado y aún estaba con su bata; se veía cansada y la conocía tan bien, que sabía que aquello que no me querían decir o de lo que estaban hablando era un tema delicado.

—Tarde o temprano se va a terminar enterando— Se metió mi papá, acomodándose sus lentes.

Mi mamá lo miró feo, pero después se calmó y volvió a poner su atención en mí.

—Voy a ir sin rodeos, tu sabís que no es lo mío andar decorando las cosas— Dijo con la mayor sinceridad. Asentí con la cabeza y seguí mirándola seria, esperándome cualquier cosa—. Ayer nos encontramos con el Manuel—Hizo una pausa —, y creo que quiere volver a ver a los chiquillos —Continuó negando con la cabeza, claramente negada a creerse lo que ella misma me estaba diciendo.

Polola falsa (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora