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Belén

—¡Ya po, Martina! Sal del baño si a cualquiera le puede pasar, era—Le supliqué a mi amiga mientras golpeaba la puerta del baño con la esperanza de que abriera, pero nada.

Igual la entendía po, ni en mis peores traumas me hubiese gustado vomitar al frente de personas.

Pero puta, son hueás que pasan po.

Si yo cuando chica me hice pipí al frente de todos mis compañeros de kínder, pero entre nosotros sipo, no le cuenten a nadie.

Finalmente a todos en algún momento nos pasaba algo vergonzoso. Pero tampoco era pa morirnos.

—Martina, como tu mejor amiga y hermana putativa, te ordeno que me abrai la puerta si no, juro que...

Y no tuve que seguir insistiendo, porque a los segundos la puerta se abrió y una Martina con los ojos rojos y llorosos me estaba mirando con un puchero.

—¡Me quiero morir! ¿Cómo voy a volver a verlos a todos?—Lloriqueó y me abrazó.

Le devolví el abrazo y comencé a hacerle cariño en su pelito rubio.

—Tranquila, ya pasó, mañana nadie se va acordar de esta hueá.

—¿Tu creís? —Preguntó alejándose de mí y secándose las lágrimas, sus mejillas estaban de un color carmesí suave y ya no estaba tan pálida como antes. Al menos ahora se iba a sentir mucho mejor.

—Sí, además no sé por qué te afligís tanto, si al final todos cagamos, vomitamos y hacemos lo mismo, no tenís por qué avergonzarte—La consolé, y en verdad era algo que pensaba.

Encontraba ahueonao avergonzarse por ese tipo de cosas, si era parte de uno.

La Martina sólo se limitó a asentir y rodee mi brazo en su cuello, apapachándola.

Era como mi hermana chica y desde que éramos niñas que jamás me gustó verla llorar, ni desamparada. Cuando chica siempre le pegaba a los pendejos que la molestaban, y hasta el día de hoy no dejaba que se metieran con ella.

Me sentía como una madre leona.

La encaminé hacia las escaleras y las subimos lentamente, hasta que llegamos a nuestra pieza y se sentó en su cama.

—¿Te parece si te traigo un té? Te va hacer bien—Le ofrecí.

Y que se diera con una piedra en el pecho, porque me quedaban exquisitos.

—Pero si te quedan malos, siempre quedan desabridos—Hizo una mueca.

Fruncí mi ceño y me sentí completamente ofendida.

¡Era una malagradecida!

Nunca más me ofrecía a hacerlo algo a esta traicionera culiá.

La miré feo y me crucé de brazos.

—Mala cuea, te lo voy hacer igual. Espérame aquí y déjate de llorar—Le ordené, apuntándola con mi dedo índice amenazante y salí de la pieza, cerrando la puerta tras de mí.

Lo mejor que podía hacer ahora era distraerme con otras cosas, no quería saber nada del Fabián.

Y aún seguía procesando mi reencuentro con el ahueonao del Ángel.

Bajé las escaleras y crucé el umbral de la cocina, encontrándome con mi mamá y el Alex, quién estaba sentado en un piso mirando un punto fijo apoyando su cabeza en la palma de su mano.

Tenía una cara de funeral que ni siquiera la podía disimular.

—¿Y a ti qué te pasa? —Le pregunté levantando una de mis cejas.

Polola falsa (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora